El inspector Torres fue el primero en entrar. El aire enrarecido de la habitación entumeció por un momento sus sentidos. Eso le permitió avanzar un par de pasos en la semioscuridad sin percatarse de nada. De otra forma, nunca se hubiese acercado tanto hasta el telar. Aunque el cuerpo de la anciana estaba en un avanzado estado de descomposición, su cibercerebro seguía dando órdenes a los brazos mecánicos. El silbeante traqueteo de los hilos rebotaba una y otra vez contra las paredes. Antes de que Torres pudiera apagar el sistema de energía autónomo, el sensor de movimiento detectó su presencia y encendió el monitor. Una única palabra se repetía en bucle infinito: Ulises, Ulises, Ulises…