
Tiempo muerto en Sotopeña
Una pesada compuerta metálica separaba el segundo estrato de las cloacas con el primero, a la altura de lo que debía ser Sotopeña. Cuando la abrimos, desde el estrato superior se filtró una bruma violeta que olía a moho. No era una bruma natural, sino que se desplazaba por el aire sin recorrer el espacio entre dos puntos de forma continua. Se movía a saltos, inquietantemente. May me empujó hacia atrás y ella misma se alejó de la perturbadora esencia. Entonces sacó uno de los rubíes que llevaba en la mochila y lo apretó contra el pecho. También me cogió del hombro. Cerró los ojos durante unos segundos, siempre a buena distancia de la espesa niebla, y entonces el rubí destelleó con un resplandor escarlata que conformó una esfera cálida y translúcida alrededor de nosotras.
-¿Qué ocurre? -pregunté, alarmada.
-No estoy segura. Parecen remanentes de una fisura temporal.
-¿Qué es eso?
-Son malas noticias.
May volvió a meter el rubí en la mochila. Cuando la bruma atravesaba la superficie de la esfera, volvía a fluir con total normalidad y se deshacía en volutas transparentes. Eso pareció dar a May la certeza de que sus sospechas eran fundadas. Volvimos a abrir la compuerta y accedimos al estrato superior. La zona era muy estrecha y mal iluminada, con algunas tuberías modernas y no con esa sensación de cloaca romana bajo Palacio de los Deseos. Aquí la estructura y los materiales eran propios de los desarrollos del siglo XXI en Vigilia. Las aguas iban canalizadas por tuberías, de forma que la cloaca estaba bastante seca. Sin embargo, llamaba la atención el silencio de las propias tuberías, como si no llevasen nada, lo cual era imposible debajo de un asentamiento de miles de personas. May me señaló el extremo de una de las conducciones, del que goteaba una sustancia amoratada. Digo goteaba, pero esa palabra no termina de describir lo que ocurría. Era una fuga por la que salía agua, pero el agua a veces producía gotas normales y otras veces las gotas aparecían en algún lugar del espacio entre la tubería y el suelo, como si se hubiesen negado a recorrer la trayectoria del goteo. En algunas ocasiones, las gotas se generaban en el suelo y retrocedían, ascendiendo hasta la fuga. Si debían colisionar con las que caían por el azar del momento, eso no sucedía, sino que se atravesaban como si las dos pudiesen estar en el mismo espacio al mismo tiempo. Si May se acercaba y por lo tanto nuestra esfera protectora envolvía la tubería, entonces ésta goteaba al normal ritmo que todos esperaríamos. Yo nunca había presenciado este tipo de sucesos, por lo que estaba muy intrigada en saber cómo había reconocido May tan certeramente el problema con el tiempo que había en las cloacas bajo Sotopeña.
-¿Habías visto ya algo así?
-Había leído sobre ello en los tratados sobre fisuras temporales de Claudio Concerto, uno de los Cronomantes más importantes de P.D.
-¿Qué pasaría si entrásemos en contacto con estas fisuras sin la protección de aerena que has creado?
-Podríamos quedar atrapadas en un bucle temporal.
-No parece muy interesante.
-Depende de lo que estés haciendo en ese momento -bromeó May.
Trepamos por una escalerilla metálica anclada a la pared hasta que abrimos la tapa de la alcantarilla sobre nosotras, y vimos la luz del día, a la que yo ya no estaba acostumbrada por los ciclos pasados en las Siete Cloacas. Tardé mucho en conseguir adaptarme a tanta luminosidad. Cuando por fin lo hice, lo que debería haber encontrado hubiese sido un pequeño pueblo andaluz con sus casas en caladas en blanco y sus tejados a dos aguas. Así es al menos como disfruté de este pacífico enclave muchos años después. Sin embargo mi primera impresión estaba teñida del mismo tono violeta de la extraña niebla que encontramos anteriormente. Sotopeña estaba congelada en el tiempo, y se notaba en los extraños movimientos de las palmeras, que no se mecían al viento sino que parecían agujas de un reloj estropeado, moviéndose de un lado a otro sin ciclos fijos. El cielo parecía un mosaico de grandes cristales que no terminaban de encajar unos con otros, y creaban zonas púrpuras en las superposiciones, angulosas y desquiciantes. Varias columnas de humo, estático y violáceo, subían hace ese extraño mosaico, dando una imagen apocalíptica. Me pegué a May instintivamente, ya que me aterrorizaba quedarme fuera de la esfera de aerena que generaba el rubí.
-¿Cuánto dura el efecto del rubí?
-Unos dos ciclos, aunque espero que esto no nos lleve tanto.
May se encaminó por las empinadas cuestas de la villa hasta un saliente, tal como hizo varios ciclos antes. Esta vez sí llevaba los prismáticos en la mochila, por lo que los sacó para otear la Jungla de Sombraverde. Los Awor no tenemos un gran sentido de la vista, por lo que confiamos más en el olfato. Desde hacía rato venía oliendo a quemado. Madera, carne quemadas. Metal, también, y pelo. También olía a sangre y aceite. Mi olfato, que al salir de las cloacas se había liberado, ahora percibía una avalancha de olores.
-Esto parece un campo de batalla -dije. May apuntaba ahora los prismáticos a las columnas de humo.
-Vamos -dijo.
Y pusimos marcha hacia la Plaza del Cabildo. Allí fue donde May comprendió la profundidad del ataque Kabu, y pudo ver a algunos de los miembros del Gremio de los Devotos de la Niebla, uno de los llamados «gremios oscuros» en Palacio de los Deseos. La estatua de Tiberio estaba fundida y la Iglesia del Círculo estaba en llamas, unas llamas distópicas y angulares, que no tenían un color natural y se movían de forma antinatural.
-¿Qué es todo esto? No entiendo nada -dije, desconcertada.
-Alguien ha trasteado con el Reloj Cuántico. Casi parece intencionado. Tenemos que darnos prisa. Esta situación no aguantará mucho. Es espacio-tiempo puede implosionar.
Esquivamos a dos hoplitas de la Triple Estrella que combatían en bucle contra tres Wonai, perros con cabeza de calavera con los que los Awor estamos lejanamente emparentados, aunque ellos carecen de cerebro.
Entonces nos apresuramos al interior del Cabildo.