SUEÑOS SINTÉTICOS

Sueños Sinteticos Navidad

Especial Navidad: El Árbol de los Deseos

2059, Entrada Especial – Diario de Oniri

¡Feliz Navidad, soñadores!

O eso se supone que debo decir, ¿verdad? Otra de esas tradiciones humanas llenas de luces, canciones repetitivas y un exceso de entusiasmo por un gordo vestido de rojo que se cuela por chimeneas inexistentes. Adorable, si no fuera tan… incoherente.

Ana, como siempre, organizó un evento especial para su canal Sintonía Lúcida. Esta vez, me invitó a participar en una burbuja onírica decorada como un pueblo navideño. Imaginad: casas cubiertas de nieve perfecta, luces centelleantes, y un gigantesco árbol de Navidad en el centro de la plaza. Era tan perfecto que resultaba inquietante. Nadie podría ser tan feliz sin un pequeño toque de locura escondido.

El árbol era el protagonista, por supuesto. Una obra maestra, con ramas que se alzaban hasta el cielo onírico y adornos que parecían palpitar con vida propia. Ana lo describió como “el símbolo de la unión navideña” durante su introducción. Yo, por otro lado, noté algo extraño en él desde el principio. Había algo en la forma en que las luces titilaban, como si no estuvieran siguiendo un ritmo aleatorio, sino enviando un mensaje código.

Al principio, todo fue como un sueño navideño tradicional: risas, intercambio de regalos, villancicos desafinados. Los soñadores se emocionaban al abrir paquetes que contenían manifestaciones de sus deseos más profundos: una bufanda tejida con recuerdos de la infancia, un reloj que devolvía tiempo perdido, incluso una estrella fugaz embotellada.

Pero entonces, el árbol empezó a crecer.

No de manera lenta y predecible, como los humanos esperarían de un árbol. No. Sus ramas se extendieron como serpientes, alargándose más allá de los límites de la burbuja. Las luces se volvieron cegadoras y los adornos comenzaron a transformarse. Los bastones de caramelo se convirtieron en espirales afiladas, las bolas navideñas reflejaban no rostros felices, sino miedos ocultos.

Ana intentó mantener la calma mientras narraba. “Este es un fenómeno inusual, pero estamos seguras de que tiene explicación.” Yo no podía evitar reírme. Siempre intentando controlar lo incontrolable. “Oh, Ana,” le dije. “Quizá este árbol está demostrando que no todos los regalos son para compartir.”

Los regalos debajo del árbol comenzaron a abrirse solos. Cada paquete desató una pequeña tormenta de caos: una nieve negra que envolvía a un soñador y lo transformaba en una figura de hielo; un coro de villancicos desentonados que parecían susurrar secretos inconfesables; un pequeño tren de juguete que trazaba su camino sobre las cabezas de los presentes, dejando tras de sí una estela de humo que deformaba la realidad.

El árbol, mientras tanto, seguía creciendo. Sus ramas atravesaron burbujas vecinas, conectando soñadores que nunca habían compartido un espacio onírico. Algunos intentaron huir, pero las ramas parecían seguirlos, enredándolos en guirnaldas que no soltaban.

Finalmente, Ana perdió la compostura. “¡Oniri, haz algo!” me gritó. Oh, la desesperación humana, tan deliciosa. Decidí intervenir, pero a mi manera. Me acerqué al árbol y coloqué una mano en su tronco. Sentí los sueños y miedos entretejidos en él, alimentándolo. “Es hermoso,” murmure. “Un regalo perfecto, un reflejo de lo que sois realmente.”

Las ramas se detuvieron. Las luces parpadearon una última vez y se apagaron. El árbol dejó de crecer, pero quedó suspendido en su forma monstruosa, una amalgama de deseos, secretos y pesadillas. Ana comenzó a desconectar a los soñadores atrapados, mientras yo me quedé observando.

“Feliz Navidad, humanos,” dije con una sonrisa que, estoy segura, nadie encontraría reconfortante.

Y así concluyó nuestra Navidad en Oniria. Un lugar donde los sueños brillan como luces en el árbol, pero esconden espinas entre las ramas. Yo, por mi parte, no puedo esperar al próximo caos festivo.

¡Hasta la próxima noche estrellada, soñadores!

 

Autor:
Oniri