CHAMÁN

Chaman09

El Encuentro

Otra vez el mismo pasillo estrecho. La misma neblina glacial desdibuja la escena, un olor a electricidad y flores marchitas que no es el mismo de la otra vez, pero se parece. Reconoce el sofá desgastado, la ventana de la buhardilla, incluso la pipa de salvia sigue rota en el suelo… como un déjà vu, si es que eso es siquiera posible cuando sueñas.

¿Acaso no es lo que esperabas?, piensa. Sí, es exactamente esto. Justo el lugar al que quería volver. El momento preciso. No es la primera vez que consigue enganchar con un sueño tras despertar y volverse a dormir. Y, aun así, se sorprende y, durante un segundo, está a punto de perder la lucidez. Porque allí está su hermano, sentado en la alfombra persa, acariciando a Doc.

Ahora puede ver claramente que se trata de una criatura singular. El pelaje metálico reluce en la oscuridad y esconde pequeñas chapas azules que protegen las articulaciones como un implante o una armadura ligera. El intelidogui está sentado sobre sus patas traseras, que quedan ocultas, pero las delanteras están a la vista y terminan en tres dedos perfectamente humanoides que se apoyan en el suelo.

Su hermano mete la mano en el bolsillo y saca un disquete.

—Hola, Di —dice Iván, sin mirarlo—. Esto es para ti.

Torres alarga el brazo pero la pesadilla se repite y, antes de que pueda tocarlo, la escena se deshace. La neblina glacial lo cubre todo y lo succiona de regreso. El callejón. Está de vuelta. Siente un dolor agudo en las costillas y cae al suelo, jadeando.

En otro callejón, en Vigilia, Don Gregorio empieza su día con taichí. Una rutina que mantiene desde que volvió de China. Y si no fuera por eso, la mayoría de los días no sería capaz de levantarse del catre. Así de dura se le hace la vida de jubilado al ex-entrenador personal del Alcalde de Madrid.

Conserva el apartamento en el centro, reliquia de sus días como estudiante adinerado, cuando las noches fluían embriagadas de alcohol. Lo transformó en su refugio tras abrir el club de boxeo en los soportales de la Plaza Mayor, negocio que le catapultó a la fama.

Ahora, el espacio diáfano es más un santuario que un gimnasio. Un saco púrpura cuelga en mitad del vacío frente a una pared acristalada que enmarca los tejados de la ciudad, antes bohemios, ahora devastados tras las inundaciones. Algo de aquel espíritu libre aún flota en el aire, aunque hace tiempo que Don Gregorio no se calza los guantes.

En un rincón, el calentador de agua burbujea con un ritmo hipnótico mientras sus movimientos felinos dibujan formas en el aire helado del amanecer. Lentamente, sus pies descalzos rozan el suelo como si midieran cada centímetro de la habitación, y sus manos, elegantes y precisas, parten el vacío en líneas invisibles.

La ciudad despierta más allá del cristal, pero al viejo entrenador no le importa. Aquí, al menos, no tiene que dar la cara. Aquí, el té verde sigue reconfortándole tras el ejercicio matutino y aún puede pretender que el pasado no lo ha golpeado más fuerte que cualquier adversario.

Le gusta el sabor amargo del té y ese olor a hierba húmeda tan diferente del olor putrefacto de un Madrid a punto de colapsar bajo el aliento de la corrupción generalizada. Y no es que él sea ajeno a ese hedor. Su reciente retiro tiene mucho que ver con todo eso. Con eso y con el nuevo mundo que descubrió no hace mucho. Un lugar donde expiar sus pecados y, tal vez, volver a empezar.

Así que deja el cuenco vacío en el suelo y se acomoda en su cojín de meditación. La espalda recta, las piernas cruzadas. Las manos vueltas sobre las rodillas como si fueran anclas para su existencia. Cierra los ojos. Inhala aire. Profundo. Ensancha los pulmones hasta que casi duelen. Exhala, dejando que el aliento se pierda en el eco de la habitación. Escucha el ritmo constante de la sangre bombeando en sus venas, un latido que parece más fuerte en el silencio.

Pero, cuando abre los ojos, el mundo ya no es el mismo. Al otro lado de la cristalera la torre escarlata de Palacio de los Deseos le da la bienvenida al horizonte fluctuante de Oniria. Debajo de él, el cojín flota ingrávido sobre un suelo que parece agua sólida, reflejando un cielo lleno de constelaciones imposibles.

Con un movimiento fluido, Don Gregorio se pone de pie y sonríe con un destello de juventud recuperada. El Método de la Llave, la técnica secreta para entrar en el Mundo de los Sueños, es un juego sencillo para una mente tan entrenada como la suya.

Bien, hora de trabajar, piensa, mientras se ajusta el kimono y toma posesión de su sueño lúcido.

Si en Vigilia su rutina diaria empieza con taichí, en Oniria lo primero es un buen desayuno. Y el chocolate con churros de la cafetería del Gremio de Buscadores es el mejor de P.D. Allí, entre las mesas ingrávidas de estilo colonial y los reflejos cambiantes de la luz onírica, se encuentra con Valdés, que ya está sentado frente a una bandeja casi vacía.

—¿Ha probado las porras bizcochadas, viejo?
—Por supuesto que no. No me interesan los desvaríos de esa jovencita que se ha adueñado de nuestra cocina.
—Usted se lo pierde.
—¿Qué tal van progresando los nuevos?

Valdés engulle los restos de lo que parece una masa llena de crema azul antes de responder.

—Los más pequeños, mal. Ayer llegaron dos del suburbio oeste que se niegan a despertar. Si la cosa sigue así, vamos a tener que ampliar el albergue.
—La adaptación no es fácil para los niños. Cuando descubren que aquí pueden “hacer lo que quieren”, se sumergen en el Sueño de la forma más anárquica y violenta que su psique, deseosa de liberar estrés, miedos y terrores, les permite.
—Si tan solo los soñadores expertos les ignorasen… tal vez no sea tan mala idea lo de reforzar el equipo de apoyo a los novatos.
—Has madurado mucho en poco tiempo, joven padawan —comenta Don Gregorio con algo parecido al orgullo—. Dicho lo cual, es hora de ponerse en marcha. ¿Alguna sugerencia?

Valdés se encoge de hombros.

—En el tablón de anuncios hay varias peticiones del Gremio de Coleccionistas. Intelidoguis. 200 piedras de aerena por pieza. Parece que Blair anda detrás de ellos.
—Esa maldita bruja y sus mercenarios de tres al cuarto…
—Fingiré que no he oído nada, viejo —dice Valdés, guiñándole un ojo.

No ha pasado ni un ciclo cuando los ve. Dos figuras borrosas pateando a otra en el Callejón del Gato. Ha oído un maullido desquiciado y se ha apresurado a través de los pasadizos cambiantes del Distrito Madrid, el que mejor conoce. Esta vez, sin embargo, el desvalido con el que se topa no es un niño. Tampoco los agresores son los que buscaba. El novato simplemente ha tenido mala suerte.

Bueno, no tan mala, piensa mientras se cruje los dedos y cae sobre los agresores, sin darles tiempo a reaccionar.

Don Gregorio se mueve con la precisión y la contundencia de un boxeador experimentado. Sus puños atraviesan el aire con una velocidad casi sobrenatural, conectando con mandíbulas, costillas y estómagos. El primer golpe derriba a la sombra más cercana, que ni siquiera tiene tiempo de entender lo que ha pasado antes de caer al suelo con un gruñido ahogado. La segunda apenas levanta los brazos cuando el viejo boxeador la aparta de un empujón brutal, enviándola contra la pared.

El tipo del suelo aprovecha la distracción para rodar hacia un lado, jadeando y llevándose una mano a las costillas. Su mirada, aún perdida, se encuentra con la del viejo entrenador. No necesita palabras: sabe lo que tiene que hacer. Se pone de pie, tambaleándose al principio, pero recupera el equilibrio justo a tiempo para esquivar un puño que venía directo hacia él.

—¡Eso es, chico! —gruñe Don Gregorio mientras esquiva otro ataque y lanza un directo al pecho de su oponente—. Buen juego de pies. No te olvides de girar la cadera.

El novato está demasiado concentrado en devolver el siguiente golpe como para responder. Su puño impacta con fuerza en la nariz de uno de los agresores, que cae como un muñeco de trapo. Don Gregorio suelta una carcajada.

—Nada mal, nada mal. ¿Primer día en Oniria? —pregunta, girando sobre sí mismo y propinando una patada en el costado a otro que intentaba atacarle por la espalda.
—Segundo —jadea el novato, apartando la sangre de su labio con el dorso de la mano mientras conecta un nuevo golpe.
—Podría haber sido el último si no me cruzo contigo.

Los agresores empiezan a retroceder, intercambiando miradas nerviosas. La situación ha cambiado. El viejo, sereno pero implacable, avanza hacia ellos con pasos calculados, mientras el joven, aún con la respiración entrecortada, se coloca a su lado, alzando los puños.

—Os doy tres segundos para largaros —anuncia Don Gregorio, con voz grave y una mirada que no deja espacio para dudas—. Dos.

No necesita decir más. Los maleantes salen corriendo, tropezando entre ellos mientras desaparecen en las sombras cambiantes del callejón. El joven se tambalea y se deja caer contra la pared, mientras parece buscar algo entre las sombras.
Don Gregorio se acerca, extendiendo una mano.

—Buen trabajo, chico. Tienes estilo, aunque te falta control. ¿De dónde sacaste esos movimientos?
—Dar puñetazos es lo mío…
—Se nota. Pero aquí las reglas son distintas. No te confíes. Oniria no es amable con los que dudan.

El tipo asiente, aunque parece más interesado en intentar mantenerse en pie. Don Gregorio lo observa por un momento, luego suspira y finalmente sonríe.

—Ven, te invito a un chocolate con churros. Y no, no se te ocurra decir que no. Esto no ha hecho más que empezar y vas a necesitar toda la energía que puedas conseguir.
—Gracias, pero tengo algo de prisa. ¿Sabría decirme por dónde queda algo llamado el Monumento?
—¡Jajaja! Está sí que es buena, chico. Vamos, te llevaré hasta allí.

El joven se apoya en Don Gregorio, y juntos se alejan del callejón, dejando tras ellos el eco de un maullido lastimero que parece brotar de las mismas sombras. Las luces cambiantes de Oniria iluminan sus pasos mientras avanzan hacia su destino.

Cuando llegan a las inmediaciones del Palacio de los Deseos, el viejo entrenador lo entiende todo. Allí, bajo el resplandor escarlata que parece teñir el aire de amenaza, está ella. Una mujer pelirroja enfundada en una gabardina negra que, al verlos aparecer, se detiene en seco. Sus gafas reflejan las luces fluctuantes mientras se las sube con un gesto automático.

—¡Torres! ¡Por todos los demonios! —grita Gill Santos, mientras corre hacia ellos.

 


 

✨ ¡Último capítulo del año! ✨
🚨 Chamán entra en hiatus hasta nuevo aviso.
Pero no te preocupes, ¡volverá con más!
¡Espero que hayas disfrutado de cada momento!
Gracias por acompañarnos hasta aquí 🙌

Autora:
Meri Palas

Continuará...