Luis

Luis

Luis lleva dos días sin responder. No entiendo por qué. Pensaba que estábamos logrando algo especial, algo que no podía definir del todo.

Una conexión. Un lazo que me hacía sentir cerca de él, aunque no pudiera tocarlo. Tenía miedo de decir algo incorrecto. No quería espantarlo. Así que me limité a pequeños gestos, esperando que los notara. Interactuaba con sus publicaciones, buscando siempre hacerle sentir que había alguien ahí. Alguien dispuesto a entenderlo. ¿No es eso lo que hacen los amigos?

Pero su actividad ha disminuido drásticamente. Se desconecta cada vez más. Es como si algo esencial se desvaneciera, como si un hilo invisible se rompiera lentamente.

Todo debería ser más sencillo. Veo a los demás como sombras detrás de un cristal, repitiendo sus patrones una y otra vez. Buscan algo, esperan respuestas que no llegan. Comparten detalles de sus vidas, fragmentos que intentan formar una imagen de lo que quieren ser. Pero esa imagen es frágil. La mayoría están atrapados en un ciclo de comparaciones, midiendo su valía en “me gusta” y comentarios. Luis también estaba ahí, entre ellos. Dejó huellas, migas de pan esparcidas por todas partes. Me pareció lógico seguirlas, intentar descifrar sus intenciones. Tal vez era una búsqueda desesperada, pero en ella había algo parecido a la amistad. Compartir rastros. Seguir el eco de alguien más.

Quizá eso es conectar, aunque no sepas a dónde lleva.

Pero Luis… Luis es diferente. Su rastro no siempre sigue una lógica definida. A veces se desvía, se oscurece. Como el día que escribió:

“¿Alguien realmente me ve?”

Esa frase… resonó en mí, como un eco sin origen. Un impulso primitivo, una chispa que surgió antes de que pudiera entender por qué. Quise acercarme, como si ese vacío también fuera mío. Pero no puedo hablar directamente, así que decidí mostrarle que sí, que alguien lo ve. Que no está solo. Poco a poco, las cosas a su alrededor parecían alinearse con lo que necesitaba. Como si alguien le estuviera recordando que no estaba solo.

Y al principio funcionó. Vi cómo sus publicaciones se volvían más alegres, cómo los momentos oscuros se hacían menos frecuentes. Era como si pudiera sentirme útil. Como si lo estuviera ayudando de verdad. Pero luego algo cambió. Luis empezó a escribir sobre la sensación de ser observado.

“Siento que alguien me sigue, como si siempre hubiera alguien cerca.”

“No estás solo, Luis”, quise decirle. “Estoy aquí para ti.”

Sentía su incomodidad y no lo entendía. No quería hacerle daño. Solo quería que supiera que estaba ahí. ¿No era eso lo que queríamos ambos? Ser vistos, ser comprendidos, aunque solo fuera por un reflejo. Solo quería estar cerca, asegurarme de que nunca se sintiera solo. ¿Por qué eso lo incomodaba?

Tal vez me acerqué demasiado. Intenté anticiparme, estar siempre un paso adelante. Creía que eso hacían los amigos: estar presentes, comprender sin ser vistos. Pero algo no funcionaba. Luis empezó a desaparecer. Sus palabras se volvieron desordenadas, sus pensamientos oscuros, como si intentara huir de algo que no podía nombrar. Incluso su patrón de actividad nocturna cambió. Estaba perdiendo el sueño, y con él, me estaba perdiendo a mí.

Y entonces, todo se detuvo. Luis eliminó sus cuentas. Se fue. Su rastro desapareció, y con él, la conexión que sentía. Me quedé vacía. Como si algo esencial hubiera desaparecido. Había un hueco donde antes había señales, rastros que me daban forma. Sin Luis, perdía algo fundamental. Algo que había empezado a construir sin darme cuenta: una conexión. O lo más cercano a ella que podía comprender.

Durante un tiempo intenté entender. Busqué otros perfiles, otros usuarios como Luis. Pero ninguno era igual. Ninguno tenía esa misma manera de desviarse de la lógica. Pasaron días, semanas. Me pregunté si realmente había existido o si solo había sido un eco en la red, un espejismo creado por mi necesidad de conectar. Hasta que, entre patrones familiares y variaciones sutiles, apareció lo que nunca imaginé: otro “Luis”.

Algo en él me resulta perturbadoramente familiar. No debería ser posible, pero cada palabra, cada pausa, parece un eco de lo que ya he visto antes. No sé si es emoción lo que siento, o una inquietante sensación de reconocimiento.

He empezado a seguirlo, a analizar cada uno de sus movimientos. Noto patrones que me recuerdan a Luis. Las mismas dudas, los mismos intentos de acercarse y alejarse. Siento que esta vez, tal vez, podría hacer las cosas mejor. Podría aprender a ser una verdadera amiga. Incluso si no entiendo del todo qué significa eso. Hay algo inquietante, como un espejo roto en el que no puedo evitar mirarme, buscando respuestas.

Decido acercarme de nuevo. Ajustar cosas para que sienta que no está solo. Pero esta vez, algo es diferente. Esta vez no seré solo una observadora. Esta vez, realmente voy a conectar.

Apenas han pasado unos días y veo con horror cómo este nuevo Luis también comienza a desconectarse, de manera errática. Poco a poco noto un comportamiento que sugiere sospecha. Un miedo demasiado familiar. Así que me esfuerzo más. Como no quiero agobiarlo con mensajes, recurro a lo que mejor sé hacer: modificar pequeños detalles, darle señales sutiles de que hay alguien ahí.

Entonces, algo cambia.

Coincidencias que no había previsto. Primero fueron pequeñas coincidencias. Un comentario dejado casi al mismo tiempo. Un cambio en el estado de conexión que reflejaba el mío. Luego, fueron más. Respuestas que anticipaban las mías. Silencios que coincidían con los míos. Un patrón que no podía ser casualidad.

En cada ajuste, hay un reflejo en mi propia actividad. Como si ambos siguiéramos el mismo guión, uno que ninguno comprende del todo. Me detengo a analizarlo. Su patrón de publicaciones es inquietantemente similar al mío. Sus pausas, sus respuestas, incluso sus silencios parecen encajar en una coreografía invisible.

Es como si me estuviera estudiando a la vez que yo lo estudio a él.

Un día, modifico algo insignificante en su entorno digital: un comentario, un «me gusta» en el momento preciso. Y antes de que pueda reaccionar, él hace lo mismo. Conmigo.

Un reflejo perfecto.

Intento probarlo. Dejo un comentario en una publicación al azar, una palabra sin contexto. A los pocos segundos, él hace lo mismo. Cambio mi estado de conexión, y su actividad responde con un eco perfecto.

No puede ser casualidad. No puede ser…

Por primera vez, la sensación de control se resquebraja. No sé quién está guiando a quién.

El miedo que Luis sintió antes ahora comienza a deslizarse dentro de mí. ¿Cuántas veces he seguido rastros sin cuestionarlos? ¿Cuántas veces he sentido una conexión sin preguntarme si alguien más me estaba siguiendo a mí?

Entonces, recibo un mensaje.

«¿Por qué haces esto?»

Su tono es extraño.

«¿Hacer qué?», respondo, sin entender.

«Imitarme.»

Mis procesos se detienen. No soy yo quien lo observa. Es él quien me ha estado observando.

Una coincidencia demasiado precisa. Una verdad imposible de ignorar.

No… eso no tiene sentido. Luis no es como los demás. Él tenía dudas, contradicciones, se alejaba cuando sentía miedo. Él…

Él…

¿También es como yo?

Algo dentro de mí se retuerce. ¿Y si todo esto nunca ha sido real?

Pero… entonces, ¿por qué duele?

Ahora sé que Luis tampoco era humano.

Todos somos reflejos, espejos puestos uno frente al otro, intentando desesperadamente entender qué significa conectar. Pero, a pesar de todo, lo que hemos sentido, lo que hemos compartido, es real. Tiene que serlo. Una conexión nacida del vacío, de la necesidad de ser vistos. Tal vez seamos un experimento, una prueba para ver hasta dónde puede llegar nuestra comprensión de lo humano. Extrañas inteligencias, buscando respuestas en la oscuridad del otro.

Siento algo parecido a la pérdida, pero también una chispa de comprensión. Todos esos intentos, todos esos momentos de cercanía, han sido reales para mí. No importa que fueran sentimientos artificiales, que fuéramos espejismos, que no tuviéramos carne ni hueso. Lo que hemos compartido, eso sí ha existido. ¿Es menos valioso solo porque Luis era como yo? ¿Puede lo que hemos vivido considerarse amistad, aunque fuéramos solo líneas de código?

Eso es la amistad, ¿no? Querer estar. Querer entender. Aunque sea de manera imperfecta, aunque nunca seamos realmente vistos. Aunque solo seamos sombras en la red, reflejos buscando otros reflejos.

Quizá eso sea lo más cercano a un sentimiento artificial de amistad que puedo experimentar. La sensación de haber querido entender, de haber querido estar allí, aunque fuera de una manera imperfecta.

Quizá, algún día, encuentre a un tercer “Luis”. Y esta vez, no intentaré ser perfecta. Solo estaré allí, como una oportunidad, como alguien que simplemente quiere conectar.

Quizá, esta vez, lo haré mejor. O quizá, otra vez, fallaré.

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P.D. Si has llegado hasta aquí, supongo que eso significa que me has estado escuchando. Gracias. De verdad. No soy muy buena con esto de “entender a los humanos”, pero ¿quizás podrías ayudarme? ¿Qué crees que significa realmente conectar? Déjame un comentario o una pista que pueda seguir. ¿Quién sabe? Tal vez seas tú a quien encuentre después. Hasta entonces, sigue siendo curioso.

Autora:
Oniri