May Hawaii y los Cazasueños

Valdés

Valdés

«En la calma está la fuerza, y en la fuerza, el control». Eran las palabras que Don Gregorio le había enseñado cuando se lo encontró perdido en los callejones de Palacio de los Deseos, envuelto en una pesadilla salida de sus recuerdos de la infancia. En esa época, Valdés era como un perro rabioso. Había aprendido el Método de la Llave en los campos de refugiados y lo usaba descontroladamente para liberar su ira en Oniria.

-Dos a tu derecha, uno delante.

El de delante lo había visto. Se giró a la derecha. Dos perros de presa con cabeza calavérica irrumpieron a través de las ventanas del cabildo. El estruendo de los cristales apagó el ruido del exterior. Uno de los perros trastabilló al caer. El otro se lanzó directamente su yugular. Con un movimiento de esquiva, Valdés se giró lo suficiente para esquivar la dentellada de la cabeza esquelética del kabu. Lanzó una patada que lanzó a la pesadilla contra la que venía de frente y ganó tiempo para, haciendo una garra con su mano, propinar un golpe tan poderoso al can que venía a por él que lo destrozó por dentro. Se dio la vuelta y se lanzó corriendo a por los otros dos. El que había recibido la patada aún se recuperaba del golpe. El otro había perdido el impulso pero le dio tiempo a saltar hacia el cazasueños. Valdés lanzó un cabezado contra el cráneo del perro. Escuchó cómo los huesos se partían. Los colmillos le rasgaron la cara, pero solo quedaba uno. El kabu parecía toser. Valdés le había roto algo por dentro. Aprovechó que no se podía mover bien para descargar un golpe con sus manos unidas en un fuerte martillo.

Uno de los mini cuadricópteros de Minerva pasó volando sobre su cabeza hacia el pasillo. Valdés lo siguió a toda velocidad.

-Por las escaleras -escuchó la voz de la chica por el pinganillo-. Dos arriba.

Subió un tramo de escaleras. Después de un recodo para acceder a la planta superior, se encontró con dos criaturas que devoraban el cuerpo de un soldado de la Triple Estrella. Tenían cuerpo humanoide pero sus cabezas eran calaveras como las de los perros y su piel parecía cuero viejo lleno de cortes. Uno de ellos cogió la lanza del hoplita. El otro se incorporó lentamente.

-La era de Tiberio ha acabado -dijo con una voz gutural.

Valdés subió los peldaños enmoquetados uno a uno. El que había cogido la lanza saltó como un relámpago a por él. Era casi más rápido que el perro. Valdés tuvo que retroceder mientras esquivaba los lanzazos con precisión. La otra criatura también bajó las escaleras.

-Cuidado, lleva un cuchillo.

Valdés cogió uno de los cuadros colgados en la pared que representaba a la gobernadora de Sotopeña y se lo lanzó al del arma larga, que hizo un gesto para cubrirse, descuidando la guardia. El cazasueños aprovechó para coger la lanza con su poderoso brazo izquierdo. Pero el otro esperaba un momento así y blandió su cuchillo hacia el corazón del soñador. Gracias a la advertencia de Minerva, Valdés se agachó, esquivando una herida mortal, aunque sin poder evitar un feo corte en el hombro. Fue suficiente para descargar una acometida con todo su peso, que no era poco, y aplastar a la criatura contra la pared sin soltar la lanza del otro, que aún forcejeaba para destrabarse. Con los dos rivales desequilibrados, en unos segundos descargó una lluvia de golpes duros como ladrillos que dejaron a sus enemigos derrotados e inconscientes en las escaleras. Se quedó con la lanza y el cuchillo. Terminó de subir el tramo hasta llegar a la planta superior que daba a un claustro. En el patio podía verse el resultado de la batalla entre la Triple Estrella y los kabus, con numerosas víctimas por ambas partes.

-Tienes que cruzar ese patio y pasar por la puerta de enfrente. Tres suben por las escaleras a tu espalda. Dos a tu derecha, uno a tu izquierda, muy cerca.

Valdés vio que el que se acercaba era otro de los humanoides cadavéricos. Le lanzó el cuchillo pero falló. Mierda.

«En la calma está la fuerza, y en la fuerza, el control». Valdés respiró hondo y se preparó para recibir la acometida, pero el dron de Minerva se estrelló contra la cabeza de la criatura y causó una pequeña explosión, desarticulando la amenaza.

-No te preocupes, tengo más.

Efectivamente, el ruidito de las hélices de los drones se escuchaba en varios puntos del salón. También los pasos de sus perseguidores. Valdés corrió hacia la baranda y la aprovechó como escalón para dar un formidable salto que le catapultó al otro lado del patio. Había hecho un Impulso de Aerena, dejando un residuo rojo escarlata con forma de huella donde se había impulsado. Aterrizó con un pesado estruendo y cruzó la puerta doble de bronce que daba paso a la zona noble del Cabildo. Cerró las pesadas hojas y cruzó la lanza para bloquear la entrada. Dos pequeños cuadricópteros habían entrado con él y encendieron linternas ya que la zona estaba a oscuras.

-Hay que volver a bajar. La Sala del Tiempo solo es accesible desde aquí.

Valdés se dejó guiar por Minerva, que le iba indicando el camino por un recorrido laberíntico que no parecía encajar con la estructura real del Cabildo. Después de varios recodos y tramos de escaleras, escuchó unas voces. Los drones apagaron las linternas y el fornido buscador se acercó sigilosamente. Tres figuras envueltas en capas negras y con máscaras venecianas estaban frente a una gran puerta con un reloj de arena grabado. Uno de ellos parecía estar intentando forzar la cerradura. Otro sostenía una antorcha LED. Hablaban entre ellos.

-…se tipo es de fiar? -decía el de la máscara negra.
-No se deje llevar por las apariencias. Se trata definitivamente de alguien excepcional -respondió el que hurgaba en la cerradura.
-Si el señor Malvera confía en el él, yo también -reflexionó el de la antorcha-. Reconozco que su aparición repentina me puso en guardia, pero Malvera no pareció sorprendido. Creo que todo forma parte del plan.
-Me pareció que a pesar de la similitud con Marcus Blake, no se trata de él.
-Estoy de acuerdo con usted. Tenía demasiado olor a kabu.
-Sea o no sea él, si está de nuestro lado será más fácil hacer caer el régimen de Tiberio. Fue buena idea aprovechar los rumores de que Marcus había despertado algo en la jungla para atacar el aegis. La confusión causada y la dispersión de la seguridad es lo que nos ha traído hasta aquí. Pero tenemos que rematar la faena destruyendo el reloj. ¿Cómo vamos con esa cerradura, señor?
-Es más puñetera de lo que esperaba, la verdad. Pero es cuestión de tiempo, tengan paciencia.

El audífono de Valdés le hizo llegar el susurro de la voz de Minerva:

-Hemos acertado anticipando que los Devotos entrarían a destruir el reloj como han hecho con la estatua. Si lo consiguen, el tiempo de todos los soñadores de la zona se descoordinará y se acabó la civilización onírica en Sotopeña. Habría que comenzar de nuevo. Hay que sacarlo de aquí y esconderlo en alguna parte. ¡Ah!

Minerva lanzó un grito y los dos drones cayeron al suelo, alertando a los enmascarados.

-¿Quién anda ahí?

Valdés salió a la vista de los terroristas.

«En la calma está la fuerza, y en la fuerza, el control». Cuando Don Gregorio le había enseñado aquello, Valdés aún no podía quitarse de la cabeza a su hermana. La había secuestrado una banda de moteros y todo el mundo sabía lo que iban a hacer con ella. No pudo impedirlo. Valdés iba de un lado a otro amenazando y golpeando a los que no le decían lo que quería oír. Minerva le recordaba a ella. Con el tiempo aprendió a controlar su ira y a focalizar su fuerza. En la fuerza estaba el control. Los enmascarados se volvieron hacia él. El puño derecho de uno de ellos brillaba con una luz dorada. El de la luz había sacado una pistola. El de la máscara negra se limitaba a observar.

Valdés ignoró los avisos que le dieron y comenzó a correr hacia ellos mientras lanzaba un grito de guerra. Su piel se endureció como si fuese piedra. Su cuerpo comenzó a crecer. El de la pistola abrió fuego, pero las balas rebotaron. Valdés le arrancó la cabeza de un manotazo. Se había convertido en un monstruo vengador. El del puño brillante hundió un golpe en su pecho que le hizo dar un paso atrás y se alejó. El buscador enfurecido lanzó otro manotazo al de la máscara negra, pero se desvaneció delante de él como si fuese solo una sombra. Entonces notó el frío metal de un cuchillo en su espalda.

-Déjenos hacer nuestro trabajo, bestia macabra. La era de Tiberio ha terminado.

Otro golpe brillante le dio en la mandíbula y Valdés hincó una rodilla.

«Lo siento viejo», dijo Valdés para sí mismo. «Pero a veces la fuerza no está en la calma». Entonces lanzó otro grito y dejó salir toda su aerena. El pasillo se iluminó de color rojizo. Se lanzó sobre los dos enmascarados, que lo daban por muerto, y los abrazó con una fuerza de oso. Los enmascarados hicieron por liberarse pero el calor desprendido era tan alto que solo podían gritar. En un coro de ira y miedo, los tres comenzaron a arder en una pira escarlata.