May Hawaii y los Cazasueños

Don Gregorio

Don Gregorio

Don Gregorio había sido el primero en levantarse. Mientras los verdosos colores de las sombras de la jungla aún no despertaban a la luminosidad del día en Oniria, el viejo onironauta aprovechaba el bello jardín de Ember para hacer taichí. Estaba acabando su rutina de ejercicios cuando el pelirrojo comenzó a hacer café. Poco después, Rex salió a dar agua a los raptores. Don Gregorio le acompañó. Los animales eran muy dóciles a pesar de su apariencia primigenia. De alguna manera se parecían al propio Rex. Un cuerpo fuerte y un alma reposada. El domador de dinosaurios era un tipo con el pelo cano que quizás le hacía parecer mayor de lo que era. Su piel estaba curtida y bronceada, y daba el aspecto de ser un tipo duro. Pero junto a Don Gregorio, parecían una pareja de jubilados compartiendo un hobby. Cuando terminaron de limpiar y alimentar a las criaturas, encontraron a May y Marcus acabando su desayuno mientras discutían con la boca llena. El pequeño Marcus, llevado por la curiosidad de la juventud, había estado haciendo todo tipo de preguntas desde que lo encontraron. Algunas de ellas eran bastante impertinentes. Cuando vio a Don Gregorio, ejerció una vez más su derecho a saciar su curiosidad.
-¡Viejo! ¿Es verdad que tienes más de ochenta años?
-¿Quién te ha dicho eso? -Marcus señaló a May, que puso cara de fastidio.
-No llego a los ochenta aún, lamento decepcionarte.
-¿Te puedo llamar Gregor, como Rex? -May notó que la expresión jovial del viejo se ensombrecía durante un instante. Pero fue tan breve que pensó que quizás se había equivocado.
-Prefiero Gregor a «viejo», sin duda.
-Marcus, deja que Don Gregorio desayune tranquilo.
-¿Es que eres mi madre ahora?
-¿Sabes? Ya eras insoportable antes de rejuvenecer. Pero estás alcanzando nuevas cotas – Con esta frase May se levantó y comenzó a recoger sus cosas.
-Vamos, vamos, tranquilos. Encontremos a tu otra mitad lo antes posible para que May no te cuelgue de una palmera.

Después de que todos hubieron desayunado, ensillaron los raptores y partieron hacia el primer templo. Pasar la noche en casa de Ember les había ayudado a relajarse. May sentía que parte de su aerena había vuelto. No podría abusar de ella, pero sí usarla en una situación de emergencia. Minerva no había cogido el teléfono -había colgado-. Así que le había enviado un mensaje indicándole el lugar al que se dirigían.

Como el día anterior, Rex abría la marcha. Su raptor era el más grande de la manada, y los demás parecían guiarse por sus movimientos. Esta vez, el ritmo era bastante más sosegado. Junto a Rex cabalgaba Ember, que iba dando algunas indicaciones. Entre los dos actuaban como guías para cruzar Sombraverde. May se acercó a Don Gregorio.

-Lamento no haberte dicho nada antes, pero gracias por la ayuda ayer. Si no llega a ser por ti y por Rex, puede que aún estuviésemos en el zigurat averiguando cómo salir de allí.
-Me imaginé que Rex no abandonaría a sus raptores tan fácilmente. Los ama con locura.
-¿Le conoces desde hace mucho?
-Cuando los buscadores comenzamos a explorar Junglaverde, antes de que Sotopeña existiese, yo venía a por plantas medicinales y maderas exóticas. Suena como si hiciese muchos ciclos, pero en realidad no son tantos. En aquella época, éramos tres. Nos repartíamos todos los beneficios. Pero uno del grupo, Ezequiel Montenegro, nos traicionó después de que encontrásemos una palmera de ambrosía.
-Las conozco de oídas. Son palmeras de tronco blanco que valen una fortuna en aerena.
-Sí, exacto. Los escaleristas pagan muy bien por ellas. Son muy raras. La codicia humana se apoderó de Ezequiel y nos tendió una trampa. Él esperaba que la diñásemos, pero yo sobreviví.
-Nunca me lo habías contado.
-Tengo muchas batallitas, si te contase todas te aburrirías de mí.
-¿Y Rex?
-Rex es el viudo de Marga, la tercera del grupo, que murió después de la traición de Ezequiel.
-¿Tan valiosa es la corteza de palmera blanca como para liquidar a tus compañeros?
-Ezequiel es un trastornado. Se apoda a sí mismo «el Vidente». Creo que quiso eliminar cualquier testigo de su acto malvado. Una personalidad psicopática. Ojalá lo hubiésemos calado antes.
-¿Y qué pasó con él?
-Utilizó su traición para fundar la Asamblea del Ojo Sombrío.
-¿Qué es eso? Suena como si el nombre se lo hubiese puesto un chaval de quince años.
-¡Es uno de los gremios oscuros! -dijo Marcus metiéndose en la conversación-. Y el nombre mola mucho.
-¿Los gremios oscuros existen de verdad?
-Me temo que sí… -dijo Don Gregorio.

En ese momento, los guías detuvieron la marcha. Habían llegado a un paso pedregoso en altura. Alrededor, la jungla era tan densa o había desniveles tan grandes que la única forma de seguir avanzando era una degollada donde había dos criaturas cortando el paso. Los viajeros se apearon.

-Creo que son multiformas -dijo Ember haciendo visera con la mano-. No son intrínsecamente violentos, pero tienen una agilidad y una fuerza desmesuradas.
-Dejádmelos a mí -dijo Don Gregorio pasando junto a Ember y a Rex. Ember hizo un gesto para detenerlo, pero Rex le miró y negó con la cabeza.
-Gregor sabe tratar con kabus, no te preocupes.

Don Gregorio tardó un rato en llegar hasta los multiformas. Cada uno de ellos era una mole de carne sin pelo de la que brotaban patas y brazos sin ton ni son, en articulaciones imposibles y pesadillescas. Sus rostros parecían caninos pero sus orejas eran como de murciélago. Cada uno de ellos medía más de dos metros. El buscador parecía un enano al lado. Uno de ellos le lanzó una dentellada, pero Don Gregorio dio un rápido salto atrás y la esquivó. Su sonrisa no desapareció de la cara.

-Venga, no me lo pongáis difícil -dijo-. No quiero quedar mal delante de mis amigos.

Los multiformas parecían tener algún tipo de inteligencia que les permitía comprender las palabras de Don Gregorio. El que había lanzado la dentellada arrugó el rostro y se hizo a un lado del camino. Se alejó bastante, pero si dejar de observar. El otro se enderezó y emitió un grito. Don Gregorio, sin inmutarse, metió la mano en el kimono verdoso que vestía y sacó una fruta que había cogido esa mañana de los árboles frutales de Ember. Se la tendió al multiformas. La criatura la rechazó de un zarpazo. Don Gregorio se encogió de hombros.

-Está bien. Está bien. Duelo aceptado. Después no te quejes.

Don Gregorio adoptó una postura marcial. El multiformas lanzó uno de sus brazos de tres articulaciones, dibujando una línea imprecisa en el espacio. El viejo se movió en el último momento y aprovechó el impulso de uno de los codos para virar su dirección con una palmada. En un movimiento continuo, su pierna izquierda trazó una media luna y golpeó en el punto de apoyo del multiformas, que cayó al suelo como un plomo. Se escucharon los gritos emocionados de Marcus, mientras el resto del grupo -menos Rex- observaba con la boca abierta.

El multiformas se levantó y se retiró junto con el otro. Pero antes recogió del suelo la fruta y se la devolvió a Don Gregorio.

-Puedes quedártela. Como pago por molestaros.

El anciano se volvió al grupo y les hizo gestos para que avanzasen.
-¡Viejo! ¿Sabes kung-fu?
-Bueno, algo -mintió.
-Es como si esas cosas tuviesen inteligencia.
-¿Pawa y Tafo? Pues claro.
-¿Les conoces?
-Sí, aunque hacía muchos ciclos que no practicaba con ellos.
-Desde aquella vez -dijo Rex con voz triste.
-Desde aquella vez… -respondió Don Gregorio melancólicamente.

May miró a Marcus. Esta vez mantuvo la boca cerrada.