May Hawaii y los Cazasueños
La Casa de Ember
Cabalgar en raptor era una experiencia nueva que consistía en agarrarse al cuello, agachar la cabeza para evitar las ramas y tratar de no caerse mientras la bestia saltaba, pivotaba y corría entre la jungla. El único que parecía saber lo que hacía era Rex, que iba en cabeza de la manada con una mano en las riendas y la otra en la grupa. Sus silbidos iban dirigiendo a todo el grupo hacia las zonas más despejadas. Los deynonichus cruzaron el río como una exhalación. No había rastro de los tritones. El agua seguía muy caliente aunque no hervía. Las sombras de color verde pardo daban a la carrera una sensación de irrealidad que le recordaban a May que se encontraba en un sueño. Un sueño cada vez más extraño que estaba al borde de la pesadilla.
Cuando por fin Ember gritó a Rex que habían llegado a destino, May pudo bajar sus maltrechos huesos a tierra y contempló lo que parecía ser una alambrada a unos metros del camino.
-No la toquéis -dijo el pelirrojo-. Está electrificada.
-Eso no detendrá a todos los kabus -dijo May.
-No es para los kabus, es para las personas -respondió Ember con una sonrisa.
El interior de la alambrada era una amplio recinto que no se diferenciaba mucho de la jungla en sí, excepto porque la vegetación estaba mucho más controlada. Un camino serpenteante llevaba hasta una casa singular, casi escondida en la espesura de la propia naturaleza que la rodeaba. Su estructura era simple y ligera, y parecía apenas rozar el suelo. Los listones de madera dejaban que el exterior y el interior se mezclasen sin resistencia. El techo, una red de varillas expuestas al cielo, jugaba con la luz que si filtraba a través de las copas de las palmeras. La limpieza del interior contrastaba con el desorden que había alrededor. Bidones de gasolina mal colocados, leña a media cortar y unos plásticos tapando el compo.
Siguieron unos momentos de logística. Rex pidió a Ember cubos para dar de beber a los raptores. Se distribuyeron habitaciones. Don Gregorio y Marcus inventariaron el equipo y las provisiones. May se dio una ducha.
Cuando bajó de asearse, vio que Ember había sacado algunas bebidas y que había desplegado un plano sobre una de las elegantes mesas de madera. Don Gregorio y él comentaban algunos detalles. May abrió una cerveza y se aproximó al mapa. Ver al grupo con ropas limpias y cómodas de estar por casa le recordó a May a alguna especie de quedada entre amigos, lo cual la hizo sentir bastante reconfortada. Había una calidez especial en medio de tanta preocupación. May volvió a pensar en Pérez y Valdés, esperando que realmente estuviesen bien. Por una parte se sentía como si los hubiese abandonado. Había mirado por toda la casa, pero no había teléfonos. Seguramente su método de comunicación con los Rondadores era por contacto directo en Sotopeña. La casa estaba totalmente incomunicada de la sociedad humana.
-¡May! -dijo Marcus, que vestido con una sudadera parecía un universitario-. No me acuerdo de nada de todo esto ¿Dónde están los otros templos? No figuran en el mapa de Ember.
May colocó unos vasos vacíos en las ubicaciones de los tres templos inexplorados. El primero estaba cerca del observatorio, el segundo más allá, y el tercero al otro lado del río, muy internado en la jungla. El más cercano era el que estaba cercano al observatorio evacuado.
-No hay problema para llegar a este. Pero los otros dos no serán tan sencillos. El que está al otro lado del río nos obligará a dar un rodeo largo por el puente, ya que por esa zona no hay vados. El que está en la profundidad de la jungla es peligroso porque pasa por territorios de tribus y animales salvajes.
Decidieron comenzar por el cercano y tomar decisiones en función de lo encontrado.
Después, Ember sacó comida para todos y cenaron mientras se ponían al día de todos los acontecimientos.
-Mañana, cuando haya descansado, podré activar el teléfono y contactar a Minerva -dijo May a Don Gregorio.
Durante la cena, May y Ember comenzaron a hablar sobre la aerena y el salto. Marcus estaba pendiente al principio, pero se quedó dormido en el sofá. Don Gregorio y Rex se retiraron pronto. Ember sentía curiosidad por que los humanos pudiesen dormir dentro de Oniria.
-Parece una paradoja, pero la realidad es que es muy habitual soñar con que dormimos, y tampoco es raro tener falsos despertares. Los llamamos así cuando creemos que hemos despertado, pero en realidad estamos soñando con nuestra rutina normal de Vigilia.
-¿Dormir en Oniria también os sirve para reponer aerena como cuando dormís en Vigilia?
-Sí… en realidad nuestros cuerpos generan aerena constantemente. El simple paso del tiempo hace que la vayamos recuperando. Si duermo y no gasto recursos, habré acumulado lo suficiente para poder hacer un uso discreto. Pero si me despierto y paso todo el día con las rutinas de Vigilia, la siguiente vez que sueñe tendré mucha más, porque habrá pasado mucho más tiempo en Oniria.
-Entiendo. En mi caso debe ser parecido. Mi parte humana debe generar aerena.
-Diría que sí. En principio los kabus no generan aerena. Están compuestos por ella y no la usan como los humanos. Pero tú eres diferente. En cualquier caso, sería bueno comprobar hasta qué punto puedes generarla y acumularla.
-¿Se puede medir?
-Sí… aunque el método no es muy preciso. Los Ingenieros inventaron unos tanques de inmersión donde pueden «pesar» tu aerena. Hacen falta cinco inmersiones en días separados para establecer si el ritmo de generación es regular o irregular, y qué caudal tienes.
-Parece complicado, esperaba que pudiésemos hacerlo aquí.
-Me temo que no, es necesario ir a Palacio de los Deseos.
-Entonces, es peligroso hacer algo con mi aerena si no sabemos cómo puedo recuperarla o a qué ritmo.
-Sí. Sobre todo, si quieres aprender a saltar, primero deberíamos conocer un poco más sobre tu anatomía.
Entonces se produjo un silencio empático.