CHAMÁN

Chaman 5

La Realidad

El agua gira en el desagüe de la ducha antes de desaparecer por las tuberías podridas que sostienen este Madrid postapocalíptico. El vapor es denso y relaja los músculos entumecidos de Diego Torres. La cabeza aún descolocada.

Sale de la ducha, prepara un té rápido, se deja caer en el sofá. ¿Iván, un disquete? Quizás solo un sueño o una alucinación por culpa de la salvia.

Mientras la ciudad se deshace de los últimos jirones de niebla, enciende un cigarrillo y fuerza su memoria hacia la última pista sobre los negocios de su hermano antes del desastre. Fue durante un careo con el Pelu. Colega de Iván, residente en Madrid y ratero de poca monta ascendido a robo con violencia por exceso de drogas.

Y allí estaban. En una de las salas de interrogatorio de la comisaría de Nuevo Argüelles. El inspector Torres, el Pelu. Había sido un interrogatorio casi absurdo, con el tipo colapsando en mitad del mono mientras su camiseta de Iron Maiden se empapaba de sudor.

—Después de… Rascafría, ya sabes, tu hermano… uff, llegó a mi casa… estaba, vamos, colocado hasta el techo. No se callaba, me contaba todo, cada… cada cosa, detalle… No sé, una de esas semanas en que… en que estaba… enganchado, ¿sabes? Enganchado, como… no sé, fuera de este mundo.

Luego un montón de balbuceos. Torres pasa los recuerdos a doble velocidad en su memoria hasta llegar a lo que necesita.

—Mi casa… era como su… su zulo, ¿sabes? Todo cables y… y él ahí, tecleando. Todo el rato con su código, esa… mierda que hacía. Quería entrar a las cuentas, las de los ricos, ¿no? Para suscripciones, esas cosas del… del metaverso. Pero solo, solo si tenías… BankPlus, sí. Estaba enganchado, al… al metaverso, o algo. Colgadísimo.

Con eso había bastado para meter al Pelu entre rejas una temporada. Y si no estuviese suspendido por lo que pasó con su hermano, ahora podría pedir un par de favores y pasarse por la prisión provincial para volver a escarbar por donde lo dejaron.

Pero esa vía estaba muerta. Vaya mierda, piensa Torres.

Entonces no había prestado mucha atención a toda esta cháchara del Pelu sobre las suscripciones y BankPlus. Pero algo no encajaba. ¿Qué era?

El metaverso. Un espacio digital colectivo y compartido, una plataforma que permitía crear avatares, realizar actividades virtuales y, en teoría, expandir la interacción humana más allá de las limitaciones físicas, conectando experiencias de diversas realidades y mundos.

Un sueño cibernético que se esfumó tras la catástrofe climática de 2051. Todo lo que quedaba de Internet era un amasijo de cables arrastrado por las corrientes y perdido en alguna sima abisal en mital del Atlántico.

La realidad era Hibernet.

Torres apura el Ducados mientras observa el router parpadeante en un rincón de la buhardilla. Hibernet, el cadáver viviente de la mítica Internet, una red local que apenas abarca los límites de Madrid.

Pero esa referencia al metaverso sigue picándole en las neuronas. La chica del pelo verde, el cíborg, la criatura de su sueño… Tal vez, si el metaverso hubiese existido, se habría parecido mucho a eso. Y esas esferas, volar, la antena gigantesca… había sido como vivir un videojuego más que un sueño.

¿Y qué tenía BankPlus que ver con su hermano?

Un banco nacional, como si ese concepto aún tuviera algún sentido. BankPlus era un tótem más que una institución, la única entidad que ofrecía algo parecido a estabilidad en un mundo colapsado. Emitían su propia moneda y sus sucursales conectaban cada ciudad española que había logrado sobrevivir al cataclismo.

¿Suscripciones, acceso, cuentas? Más piezas que no encajan.

Que el inspector Torres sepa, no hay ningún metaverso entre sus servicios financieros. ¿O sí?

Aunque no termina de verle el sentido, conoce a alguien que puede responder esa última pregunta.

Habrá que agitar un poco el avispero, piensa Torres, apurando el Ducados.

Autora:
Meri Palas