May Hawaii y los Cazasueños

pistolaRecortada

Valor

Aunque los onironautas inexpertos podrían pensar que la arena roja que brotaba del sarcófago podría ser la mágica aerena de la que están compuestos los sueños, la falta de ese brillo intrínseco delataba que no era más que arena común de color rojo, como la que cubría una gran parte de los desiertos de la Esfera.

El siseo que producía el movimiento de los millones de pequeños granos que inundaban rápidamente la gran sala hacía que a May le costase concentrarse. Ember estaba tratando de levantar a pulso la pesada losa que cortaba la salida por el corredor. Pero la arena le estaba comenzando a cubrir las rodillas y si no salía de allí rápido acabaría sepultado. May había arrastrado a Barreto fuera del pasillo. La pescadora no hacía nada por ayudar, ya que seguía en un estado de shock.

-¡Barreto ha perdido la lucidez y está sumida en una pesadilla! -gritó May-. ¡No vamos a poder salir de aquí hasta que no despierte!

Ember se dio por vencido con la losa y volvió barruntando hasta la sala grande. La arena terminó de rellenar el pasillo. Ember sacó un cuchillo de caza mirando a Barreto.

-¡Así no! Podría morir.
-Mejor ella que nosotros.

A May le costaba mantener a Barreto a flote. La arena se le deslizaba entre las piernas y el peso las iba hundiendo hacia abajo. Con una mano sujetaba la antorcha, y con el codo iba usando las molduras de la pared para impulsarse hacia arriba. Con la otra mano sostenía a la soñadora. Movía las piernas como si nadase, para ir encontrando sustento. Ember, sujetándose también en la pared, avanzaba hacia ellas con el cuchillo aún en la mano. Sus ojos aún mantenían ese brillo chispeante.

-¡No funciona así, animal! Si no despierta por sí misma, la pesadilla no se disolverá.

Era mentira. Las pesadillas podían mantenerse aunque el soñador despertara, pero la probabilidad de que sucediese no dependía de si moría o no moría en sueños. Era un efecto que parecía aleatorio y nadie había conseguido encontrar un patrón hasta ahora. Pero May confiaba en que Ember, al ser medio kabu, no comprendía realmente lo que significaba «despertar» y creería sus palabras. Ember dudó. Se detuvo. Para May podría ser una cuestión peligrosa, pero para él se trataba de una situación de vida o muerte. La arena seguía subiendo.

-¿Toda esta situación la está generando ella? -preguntó Ember.
-Más o menos desde que Rómulo voló por los aires.
-¿La trampa de la mochila no?

May iba a negar con la cabeza, pero de repente abrió los ojos como platos. «Cómo no me he dado cuenta hasta ahora» dijo para sí misma. Clavó la antorcha en la arena y desenfundó la pistola. Besó a Barreto en la frente y le susurró «tranquila, querida». Luego miró a Ember, apuntándole con la pistola. Él frunció el ceño.

-No te quedan balas -dijo él. Pero enfundó el cuchillo despreocupadamante.
-No es nada personal -dijo May guiñando el ojo y disparando la pistola.

El estallido y un fulgor escarlata inundó la sala. La antorcha se apagó. Ember gritó de dolor. El siseo de la arena se detuvo. Barreto dio un respingo y comenzó a respirar con mucha intensidad. En la oscuridad, May la ayudó a sentarse con la espalda apoyada en la pared. Barreto se fue calmando poco a poco, sin embargo, no recuperaría la lucidez. Para ella, todo lo que vivía a partir de ahora era un sueño normal y corriente.

-Barreto, todo está bien, ya puedes despertar. Rómulo te está esperando.

La expresión de Barreto se suavizó. Su cuerpo comenzó a transparentarse conforme se difuminaba y se disolvía en aerena libre, que flotó iluminando tenuemente la estancia. May gateó hasta Ember, que estaba tirado en la arena. Seguía haciéndose el muerto.

-¿Estás bien?
-Es como si me hubiese dado un calambrazo en todo el cuerpo -dijo con voz calmada. ¿No había otra forma?
-No se me ocurría nada mejor. ¿Cuándo te diste cuenta de que la pesadilla de Barreto era tu mitad kabu?
-Cuando me guiñaste el ojo.

Ember tenía un hombro vendado de la lanza del tritón y ahora el otro hombro herido por la bala de aerena que May había creado a costa de no mantener la energía en la antorcha. A pesar de ello conservaba la calma y se permitía flirtear. May agradeció la oscuridad, porque la sonrisa y quizás el rubor la habría dado demasiada vergüenza si lo hubiese visto el medio kabu. Luego se acordó de que él sí la podía ver y se tapó la cara con el sombrero, haciendo como que se abanicaba.

-A ver cómo salimos de aquí -dijo para cambiar la conversación.

Mientras tanto, sacó la cantimplora y lavó la herida de Ember. Aunque May no era una tiradora de primera, a esa distancia no fallaba. Su bala solo había rozado el hombro de Ember. Le dejaría una cicatriz, pero no era grave. Ember cogió la cantimplora de su mano y bebió hasta acabar el agua.

-Me gustaría poder ver esa «vigilia» de la que habláis alguna vez. A veces me parece que sois unos fanáticos religiosos -ambos rieron.
-La fe no tiene nada que ver… el otro lado es muy real. ¿No te lo contó tu padre?
-No conocí a mi padre. Pero mi madre me contaba historias. Decía que cuando nosotros morimos, también vamos a la Vigilia, pero yo no lo creo.
-Eso sí suena a religión -volvieron a reir-. Lamento que sea tan injusto.
-A mí no me lo parece. Sí me da un poco de envidia, pero a cambio yo puedo vivir aquí todo el tiempo. Por lo que contáis, esa vigilia parece más un infierno que un cielo.
-Para la mayoría es así -respondió May con tristeza.

Luego pasaron un rato callados en la oscuridad. Solo se escuchaba su respiración acompasada.

-No podré volver a encender la antorcha. Me he quedado seca. He gastado todo lo que me quedaba en la bala.
-Yo puedo guiarte, pero aún tenemos que encontrar la forma de salir de aquí.
-Si la pesadilla la había generado Barreto desde el principio, entonces incluso la trampa de la mochila era cosa suya. Estaba sugestionada por el miedo hacia ti. Aunque no supiese que eres medio kabu, su subconsciente lo percibió. La ansiedad y el miedo hicieron el resto.
-Entonces, ¿no empezó cuando Rómulo…?
-No, empezó antes. Antes de llegar a esta sala. Seguramente por los pasillos.
-Pero saber eso tampoco nos sirve de nada para salir.
-No… pero la aerena que gastamos cuando estamos bajo el influjo de un kabu es muy inestable… terminará deshaciéndose. Es muy raro que una pesadilla deje efectos permanentes. Sellar aerena, como lo que he hecho con la bala, requiere concentración. El estado mental cuando atravesamos una pesadilla no lo permite, por lo que en realidad es aerena libre… o mejor dicho, es algo así como un estado intermedio.
-Entonces, ¿solo tenemos que esperar?
-Sí. Mira tu mochila.

Ember cogió la mochila que había sido el cebo de la trampa. Parecía como si el cuero se hubiese gastado, como si hubiesen pasado cien años. Sacó el cuaderno. Se estaba deshaciendo.

-La Esfera es tan rara a veces…
-Nadie nos tendió una trampa. Esa mochila no es de Marcus. Tenemos que volver a la sala de la sangre seca. Esa sangre es aerena sellada y no se ha disuelto. Marcus sigue aquí.