May Hawaii y los Cazasueños
Caminando en la Oscuridad
-No toquéis nada y pisad donde yo pise -les había dicho.
May encabezaba la marcha. Su linterna había dejado de funcionar, seguramente debido a que la pesadilla se iba cerrando sobre ellos. Poco a poco irían fallando todos sus recursos, hasta que solo quedase el más primitivo de los instintos. Ahora empuñaba un hueso cuyo extremo estaba envuelto en una toalla. Le había prendido fuego y lo alimentaba con su propia aerena, lo que producía que la llama fuese de un color rojo escarlata, que resaltaba el color de las paredes.
Rómulo iba tras ella, pisando donde ella pisaba. May les había advertido de que el zigurat estaba lleno de trampas. Un paso en falso podía significar la muerte en sueños, algo que no querían experimentar. May podía oírle respirar con ansiedad. Tras él caminaba muy pegada Barreto, con una mano apoyada en su hombro. Ambos estaban demostrando tener mucho aguante, pero estaban al borde de sus fuerzas. Era difícil calcular el tiempo que llevaban vagando por los pasillos y escaleras del zigurat. May no recordaba con precisión todos los recovecos del laberinto. La marcha había sido muy lenta y pesada. El rastro de sangre se había perdido hacía tiempo, pero ya solo quedaba una sala por explorar.
A la cola del grupo, envuelto en las sombras, les seguía Ember. Sus ojos rojos de iris cuadrados brillaban en la oscuridad como dos ascuas. Su presencia recordaba a la de un animal acechando en la noche. Era a la vez amenazadora y tranquilizadora.
Ante ellos se abrió el salón más grande en el que habían estado. Se trataba de la sala más profunda de la vieja pirámide. La piedra de la que estaba formada parecía más oscura y antigua que la de niveles superiores.
-¡Ahí hay algo! -dijo Rómulo. Y salió corriendo hacia el centro de la sala.
-¡Quieto! -gritó May.
La fatiga de Rómulo, o quizás la impaciencia, le habían hecho cometer el error de pisar la amplia baldosa donde parecía haber una mochila. Un chasquido anunció la activación de algún tipo de mecanismo y, en un instante, el cuerpo de Rómulo se había separado en un montón de pequeños fragmentos que salieron volando en todas direcciones. Después, los fragmentos se evaporaron suavemente en aerena libre, que finalmente desapareció en el aire.
La horrible imagen había hecho gritar de terror a Barreto, que se había dado al vuelta y había echado a correr en dirección contraria, hacia la salida varios niveles más arriba.
-¡Quieta! -gritó May de nuevo, viendo con frustración cómo los novatos estaban a punto de arruinar la expedición.
Pero Barreto no estaba en condiciones de escuchar advertencias. En su precipitada carrera, chocó contra Ember, que golpeó la pared con el hombro, activando algún otro misterioso mecanismo, que produjo que una pesada losa cayese al fondo del pasillo, dejando al grupo aislado en la gran sala. Barreto llegó hasta el final del pasillo y lo golpeó una y otra vez con los puños. Al verse atrapada, dejó de gritar y se acurrucó en el suelo. Ember miró a May desconcertado.
-¡Gracias! -gritó May. Ember se encogió de hombros.
-¡No ha sido culpa mía!
-Os he dicho que no toquéis nada y que sigáis mis pasos.
-¡No he tocado nada! Me ha empujado ella.
-¡Vaya excusa!
May se volvió hacia el salón. En el centro había una mochila y algunos restos de Rómulo aún evaporándose. Ember llegó a su lado.
-¿Qué le ha pasado?
-Parece que la loseta que contiene la mochila activa una trampa de hilos.
-¿Qué es eso?
-Unos hilos de acero están enganchados y tensos, de forma que al pisar la loseta los liberas y al volver a su posición te atraviesan. Al estar tan oscuro son difíciles de ver. Lo bueno de estas trampas es que una vez activadas deben ser armadas de nuevo para volver a funcionar.
Y diciendo esto pisó la baldosa y cogió la mochila. No sucedió nada.
-Espero que el pobre Rómulo despierte en su cama con solo un sobresalto, pero si no es así, su vida podría estar en peligro.
May rebuscaba en la mochila mientras hablaba.
-¿Es de Marcus? -preguntó Ember.
-Parece suya, sí.
La mochila solo contenía un cuaderno. May lo examinó detenidamente. Era la letra de Marcus. Sin embargo, aunque esperaba encontrar sus apuntes sobre los jeroglíficos nirmana, las hojas solo estaban garabateadas con series de números que no parecían tener ningún significado aparente. May guardó el cuaderno en su propia mochila y le dio la otra a Ember.
-Quédatela, es de cuero de buena calidad.
Ember se echó la mochila al hombro sin mucho entusiasmo. Entonces se dirigieron hacia Barreto, que seguía hecha un ovillo junto a la pesada losa que les impedía salir de la gran sala.
-Barreto, Rómulo no está muerto, esto solo es un sueño -la joven no parecía responder a las palabras tranquilizadoras de May-. Escucha, lo más seguro es que haya despertado en su cama. Tú también puedes despertar ahora si quieres -Barreto miró a May con ojos vidriosos, sin comprender-. Pero si Rómulo ha sufrido un trauma por morir en un sueño, y no ha logrado despertar del todo, puede haber quedado en coma -Barreto asintió. Comenzaba a comprender-. Si está solo, podría morir de inanición. Alguien debe revisar su casa. Vosotros os conocéis en Vigilia y soñáis juntos ¿Verdad?
Barreto asintió, pero fue incapaz de hacer nada más.
-Dejemos que se recupere un poco, de todos modos no podemos irnos -dijo Ember, dirigiéndose al centro de la gran sala.
May se dio por vencida y fue junto a él.
-Puedes ver bien con esos ojos ¿Verdad? -dijo.
-De hecho, la antorcha me deslumbra.
-No voy a apagarla.
-No te lo he pedido.
Observaron el gran salón sin puertas, excepto el pasillo de entrada. El espacio lo ocupaba una serie de sarcófagos de piedra dispuestos muy ordenadamente en filas. Tenían el tamaño de una persona y estaban cerrados con losas. Las formas también eran como las de personas, pero tenían una estructura que parecía mucho más antigua y rústica que los elaborados dibujos que adornaban todos los recovecos del monumento. De hecho, era la única estructura que habían visto hasta ahora que no estaba tallada. La piedra lisa contrastaba por su simplicidad, como si no perteneciesen a ese lugar. May ya había estado allí, pero estaba claro que las cosas habían cambiado desde su última visita. Alguien estaba usando el zigurat. La mochila había sido una trampa para ellos… o quizás para May exclusivamente.
-¿Quieres abrir uno? -dijo Ember.
-No creo que eso nos ayude a salir de aquí.
Ember se acercó a pesar de todo a uno de los sarcófagos, mientras May trataba de descifrar los jeroglíficos de las paredes en busca de una pista. Mientras estaba concentrada tratando de recordar si los búhos representaban a la nobleza o al clero, oyó el deslizar de piedra sobre piedra. Cuando se dio la vuelta, ember había terminado de empujar una de las losas, que cayó al suelo con estrépito y se partió.
May cerró los ojos y respiró hondo. «Que no sea arena», pensó.
Vio cómo Ember fruncía el ceño. Y entonces del sarcófago abierto comenzó a brotar arena sin descanso. Era una arena fina y roja. Ember la miró desconcertado. May lo miró furiosa. La arena no dejaba de brotar.