May Hawaii y los Cazasueños
El Oniria Express
Minerva Pérez colgó el teléfono. Los gritos de la multitud no la dejaban pensar con claridad. Por mucho que se pegaba a la pared del callejón donde estaban, no paraban de empujarla al pasar. La agitación de la jungla y las preocupantes noticias del grupo de pescadores aislado en el puente de piedra habían acabado por hacer cundir el pánico. Los soldados de la Triple Estrella estaban tratando de dirigir una evacuación ordenada… sin éxito. Minerva y sus compañeros habían tenido que bajar del Oniria Express antes de que el tren llegase a la estación porque la población había tomado las vías con la esperanza de ser los primeros en subir al visje de vuelta.
-Ya están sumidos en la pesadilla -había dicho Don Gregorio-. Muchos han perdido la lucidez y ya ni siquiera se dan cuenta de que están soñando… no podrán despertar voluntariamente.
-Es peligroso -dijo Valdés-. Sus vidas en Vigilia pueden llegar a correr peligro si mueren en sueños.
-May no tiene cobertura -apostilló Minerva gritando para hacerse oír entre la multitud.
El grupo de Minerva continuó callejeando por Sotopeña hasta llegar a la plaza, abriéndose paso entre mareas de gente que iba en dirección contraria. Una vez allí, encontraron que los kabus ya habían entrado en la villa. Eran pequeños y poco peligrosos, con las habituales formas de pesadillas animales viscerales: serpientes de varias cabezas, lobos que entraban y salían de las paredes como si fuesen inmateriales, avispas gigantes… Varios cuervos que en vez de garras tenían manos, estaban picoteando la estatua de Tiberio, a la que se le empezaban a caer algunos trozos. Las estatuas del tritón y la sirena estaban igualmente invadidas. Un grupo de soldados de la Triple Estrella, ataviados como antiguos hoplitas griegos, mantenían a ralla a las criaturas haciendo uso de su habilidad con las lanzas y con la manipulación de aerena, que a veces proyectaban desde sus armas o sus escudos para hacer desaparecer a los kabus más agresivos.
-Esperaba que el Cabildo local pudiese proporcionarnos ayuda, pero con esta situación… -dijo Valdés.
Medio ciclo antes, el grupo de Minerva viajaba cómodamente en el Oniria Express preparando su plan de actuación. El compartimento donde viajaban tenía la disposición clásica de los trenes de principios del siglo XX, con asientos a ambos lados de las ventanillas y una puerta de acceso. La pequeña buscadora iba pendiente de una tablet por la que podía ver las imágenes de la cámara de seguridad autónoma que había instalado frente al zigurat la primera vez que May y Blake entraron en él. Minerva invertía casi toda su aerena en el mantenimiento de dispositivos de vigilancia repartidos estratégicamente por los asentamientos humanos en Oniria. Narraba a sus dos compañeros lo que iba ocurriendo mientras hablaban. Así es como había visto la llegada precipitada de May y el grupo de pescadores a la entrada del zigurat.
Mientras Minerva hablaba ocasionalmente por teléfono con May para conocer la situación, Don Gregorio escuchaba con los ojos cerrados y sentado en la posición del loto sobre el asiento del tren. Era un señor mayor de setenta años, aún más pequeño que Minerva, que vestía un traje de kung fu de color verde.
-Si la cosa está así -decía sin abrir los ojos-, no creo que podamos remontar el río para llegar al zigurat.
-En el Cabildo deberían poder proporcionarnos jeeps o motos para cruzar la jungla rápidamente.
Era la apuesta de Valdés, el quinto miembro del grupo de los Cazasueños. Era un joven alto y musculoso que contrastaba con el tamaño de sus dos compañeros de compartimento. Hablaba con un fuerte acento cubano. Él y Don Gregorio ya formaban equipo antes de unirse a los Cazasueños. Sus habilidades se complementaban bien.
-Repasemos lo que sabemos hasta ahora -dijo Minerva-. Marcus Blake entró hace 8 ciclos en el zigurat. Mi cámara no ha captado niguna otra entrada o salida hasta que ha llegado el grupo de May.
-¿Por qué fue Blake al zigurat? -preguntó Valdés.
-No quiso decirlo, pero según él, sería una corazonada. May y yo hemos dado por hecho que está relacionada con el Tridente Patrono, pero podría ser cualquier otra cosa.
-¿Crees que estaría relacionado con el fallo del Aegis?
-Creo que a Marcus le daría igual que fallase el Aegis como resultado de sus incursiones, por lo que es posible.
-La Triple Estrella podría acusarlo de traición a la Humanidad -dijo Don Gregorio tranquilamente.
-Pero, ¿qué podría hacer fallar el Aegis? -dijo Valdés
-No se me ocurre nada conocido. Volviendo a Marcus, creo que está claro que su “corazonada” no ha sido en vano. Lo que no sabemos es si ha despertado o si sigue en el Zigurat.
-La única forma de que no haya despertado es que esté usando un SSVIO. ¿Tiene Marcus acceso a uno? -Don Gregorio había abierto un ojo para ver la reacción de Minerva a la pregunta.
-No que yo sepa -respondió ella sin dejar de mirar a su tableta.
-¿Qué es un “ese ese vio”? -preguntó Valdés.
-Sistema de Soporte Vital para la Inmersión Onírica -respondió Minerva-. Son camillas de inducción del coma que permiten mantener a una persona con vida mientras sueña. Es una práctica extrema que por desgracia se está poniendo de moda.
-Nunca lo había oído.
-Porque son muy caras y casi nadie tiene acceso a ellas. Pero Marcus tiene experiencia como para aguantar unos dieciséis ciclos sin despertar.
-¿Tanto? Es más del doble que un onironauta experimentado. Deben ser unas dieciséis horas de sueño, ¿no?
-Sí. Marcus es un veterano. Es perfectamente posible que siga ahí dentro.
-¿Y qué sabemos de May?
-Al parecer la jungla está reaccionando al fallo del Aegis, por lo que ella y un grupo han tenido que refugiarse en el zigurat. Por algún motivo, los kabus no se están acercando a la estructura.
-Pero May no ha pedido ayuda aún.
-Han decidido internarse en el zigurat. Me imagino que ha convencido a sus compañeros de que era más seguro dentro que fuera o algo así. Desde que han entrado, no puedo comunicarme con ella, por lo que me imagino que lo que sea que está haciendo fallar al Aegis, sale de ahí dentro.
-Marcus es la clave.
-Si la jungla está alocada, debemos asegurar una vía de escape para May y Marcus cuando salgan del zigurat.
Sin embargo, los contactos de Valdés en el Cabildo de Sotopeña no iban a poder ayudarles. Los soldados de la Triple Estrella hacían lo que podían por evacuar a las autoridades a salvo.
-Quizás deberíamos evacuar nosotros también -dijo Minerva, que nunca había estado tan cerca de los kabus.
Sus dos compañeros no parecieron inquietos por sus dudas. No solo no parecían tener miedo, sino que Minerva apostaba a que estaban deseando adentrarse en la jungla. Miraban a uno y otro lado buscando algo que usar para desplazarse más rápido.
-Vayamos al aparcamiento de vehículos de la Triple Estrella, puede que consigamos algo -dijo Valdés.
Se dirigieron allí a toda prisa. El citado aparcamiento estaba unas calles más abajo, en dirección al río. Se trataba de un garage con una capacidad para unos veinte vehículos. La zona estaba desierta. Las manchas de aceite y marcas de neumáticos en el suelo indicaban que los vehículos habían salido de allí precipitadamente. Solo había un par de coches antiguos que parecían en mal estado. En cualquier caso, no valían para cruzar la jungla.
-Estamos en punto muerto -dijo Valdés. -Bueno… quizás podemos recurrir a métodos menos convencionales -dijo Don Gregorio -. Vamos a visitar a un amigo, a ver si hay suerte y aún tiene su negocio aquí cerca. No creo que sea de los que se asustan por unos pocos kabus.
Valdés y Minerva se miraron desconcertados, y dejaron que Don Gregorio encaminara la marcha tranquilamente. Pero después de cruzar un par de calles, Minerva, que siempre iba pendiente de la tablet, se paró en seco.
-¡Está saliendo alguien! -¿Será May? -dijo Valdés mientras se acercaba a mirar.
En la tablet de Minerva, donde se veía a pantalla completa el zigurat, pudo verse cómo salía una figura ataviada con sombrero y látigo. Cargaba algo bajo el brazo, envuelto en una tela. Parecía bastante pesado.
-¿Es Marcus? -dijo Don Gregorio, achinando los ojos porque no veía bien.
-No… no es Marcus… ni May. ¿Quién es ese tipo?
Aunque vestía como Marcus, la persona que había salido del zigurat parecía ser mucho más mayor. Tenía el pelo de color gris recogido en una coleta, y una barba. Se quedó muy quieto durante unos instantes y, de repente, se disolvió en una nube rojiza.
-¡Ha saltado! -se sorprendió Minerva.
-¿Desde ahí? -dijo Don Gregorio.
Aunque la técnica del Salto permitía cambiar la localización del onironauta instantáneamente, era muy difícil de realizar si uno no se encontraba cerca del influjo de la estatua de Tiberio. Un salto desde el zigurat era, como mínimo, arriesgado. O el soñador que lo había hecho era un temerario, o un experto en el arte. Quizás mejor que May Hawaii.