Los Minutos del Cronomante
Pretérito
De entre los que eran capaces de dominar la magia de los sueños, unos pocos habían alcanzado el entendimiento del Tiempo mismo. Podían soñar con su propio pasado y revivir minuto a minuto todo lo registrado por su subconsciente. Sus habilidades les permitían recitar poemas completos con haberlos escuchado una sola vez, o certificar el número de lanzas de la fuerza enemiga habiéndoles dado solo un vistazo. Hace miles de años, cuando aún la Ciencia no se había desarrollado, contar con el consejo de un Cronomante era un privilegio de solo unas pocas personas.
De ellos, el más ilustre de su tiempo fue sin duda alguna Segundo Tácito, que fantaseaba con lanzar su memoria a un tiempo anterior al de su nacimiento. Él creía, a pesar del escepticismo de los filósofos de su escuela, que los recuerdos no habitan exclusivamente en el cuerpo humano, sino que flotan de alguna forma en la esfera onírica. Después de décadas de investigación, Segundo no había encontrado ninguna prueba de ello, pero sí alcanzó un conocimiento maravilloso: era posible leer los recuerdos de otros seres vivos. Mediante una comunión, dos espíritus podían fundirse en un solo ser. La limitación de tal maravilla era que solo podría obrarse durante el sueño. Pero este avance de la oniromancia permitió a Segundo conocer al minuto las historias de los que eran mayores que él. Segundo demostró ante su comunidad que la telepatía en sueños era posible, y que observar el pasado también lo era.
Por eso, en su afán de conocer los misterios pretéritos y, ulteriormente, el origen de los dioses mismos, su siguiente paso fue el de investigar los seres vivos más longevos. Tácito envejeció estudiando a los árboles, pero sin llegar a conseguir una conexión similar a la que conseguía con personas y animales. Parecía que los leñosos compañeros no almacenaban el tipo de recuerdos que una persona, por muy sabia que fuese, pudiese comprender. Y sin embargo, sí que transmitían imágenes, sensaciones, que irremediablemente debían pertenecer al pasado. Más vívidas, sin embargo, cuanto más antigua era la planta.
Aunque no todos los cronomantes aceptaron la invitación de Segundo Tácito, lo cierto es que la expedición formada para encontrar al árbol más anciano del mundo se considera el punto fundacional mítico del Gremio de los Cronomantes, y a Segundo Tácito su primer Maestre. Un total de siete sabios llegados de todas partes del Imperio se unieron a Segundo aquella fresca mañana del 21 de Marzo del año 773 AUC. La Vía Apia estaba ya repleta de carros de comerciantes que entraban o salían de la ciudad. Los cronomantes comenzaron a discutir en cuanto se conocieron, y dos de ellos abandonaron la expedición antes de la primera noche. De los cinco restantes, uno murió durante el viaje. Los otros cuatro se hicieron amigos y ya nunca se separaron. Su viaje les llevó al Pollino, una zona de montañas boscosas perdida en Lucania. Allí encontraron los árboles milenarios que buscaban.
Segundo, Cornelia, Titus y Claudia vivieron como ascetas. Todos eran capaces de lograr el sueño lúcido, pero solo Segundo había conseguido la comunicación onírica con otras personas. Él les enseñó sus métodos mágicos y sus liturgias a Jano y a Saturno. Lo lograron al cabo de pocas lunas. Juntos comenzaron la exploración del bosque en el «lado difuso», como solían llamarlo. Soñaban con el bosque y, de alguna forma, el bosque también comenzó a soñar con ellos. Empezaban a sentirse parte del mismo, y se volvieron capaces de leer a los árboles. Entendían sus formas y cómo se canalizaba la lluvia por sus cortezas. Eran unos fabulosos pinos, altos como torres, robustos, clavados en el suelo como lanzas arrojadas por Marte. Uno de ellos parecía ser el centro mismo del bosque, como si un gran remolino verde hubiese crecido a su alrededor desde el albor de los tiempos. Allí acabaron irremediablemente los cronomantes, analizando sus vetas, observando en la vigilia y en el sueño sus ramas, sus hojas, las hormigas que lo habitaban, el musgo de su tronco… Era un bosque dentro de un bosque, un donante de vida infinita.
Más y más años pasaron en el estudio del Venerable Anciano, como ellos lo llamaron. El grupo de ascetas vivió como una familia y tuvo hijos y nietos. Exploraron el bosque y las montañas. Lejos de la civilización y sin ningún pueblo cercano, vivían pacíficamente de lo que les otorgaba el bosque. Por supuesto, tuvieron que hacer frente a las adversidades de la naturaleza. Cornelia falleció debido a una irónica cornada de jabalí mientras recogía moras. Segundo, que la había amado profundamente, decidió que los conocimientos de su investigación no debían perderse. El sabio se internó en los sueños y soñó con el futuro mismo de su tribu. En la esfera onírica pudo despedirse de Cornelia, ya que su rastro onírico aún mantenía entidad y no se había dispersado. Era la Cornelia soñada por el bosque. No duraría mucho, ni era exactamente ella, pero su esencia y sus recuerdos les permitirían alcanzar una proeza mágica. Fueron juntos a ver al Venerable Anciano. Se sentaron frente a él y cantaron hasta que la consciencia misma del árbol pareció despertar. Ya lo habían hecho otras veces, pero nunca habían conseguido profundizar en ella. Percibían al árbol y sabían que el árbol les percibía a ellos, pero eso era todo. Pero esta vez fue diferente. Cornelia se desvistió y trepó al árbol, tocando su áspera corteza. Mientras subía, su cuerpo se iba deformando y estirando, como si se convirtiese en lianas o enredaderas alrededor de las gruesas ramas del pino milenario. Como si fuese una serpiente, su piel tornó al verde opaco. Llegó un momento en el que Tácito ya no pudo distinguir a su compañera del resto de follaje que cubría el pino. Pudo sentir, por primera vez, una agitación en el Venerable.
– Aquí me quedaré y mi esencia será parte de este árbol. Quiera Saturno que las gentes del futuro sepan leer mis lianas y descrifrar mis recuerdos.
Y así fue como Cornelia selló su destino al del Venerable Anciano. Desde entonces, todos los miembros de la estirpe de los cuatro cronomantes, al morir, pasaban por un rito onírico donde su ser más querido le conducía al árbol y le ayudaba a sellar sus recuerdos en él. Con el paso de las generaciones, la visión onírica del árbol se presentaba cada vez más cargada de lianas. El Venerable en sí parecía responder a la voluntad de los humanos, ya que en cada ensoñación se aparecía más solemne, con más ramas y altura para colgar las lianas de los muertos.
Segundo, Titus y Claudia murieron al cabo del tiempo, y también sus hijos y sus nietos. La tribu de los cronomantes habitó aquel bosque durante trescientos veinte años, seis meses, tres semanas, dos días, veintiuna horas, treinta y seis minutos y cinco segundos exactos. Nunca se dieron un nombre o un distintivo. Sus últimos miembros murieron en cuestión de horas por una epidemia desconocida que se transmitía por el agua. Fue el remate a varios años de escasez en el bosque, luchas internas, canibalismo y heladas.