Los Minutos del Cronomante
Presente
Ana María levanta la linterna para poder ver mejor los jeroglíficos tallados en la piedra rojiza del Palacio de los Deseos. Todo el gigantesco monumento que actúa como sede del gobierno de la capital del sueño es una enorme biblioteca para ella, que ha conseguido descifrar la escritura de los Nirmāna, los antiguos habitantes de la Ciudad Escarlata. «No toda la escritura», piensa humildemente. Lleva leyendo las paredes del piso noventa desde hace años. Sin despertar.
Ana María es una soñadora peculiar. Una anomalía dentro de Oniria. Sabe que su cuerpo yace en alguna parte de la ciudad de Granada, en coma. A veces le parece oír los rezos de su madre, que llevará ni se sabe cuántos lustros acudiendo a la verla en su cama del hospital. Es difícil saber cuánto tiempo ha pasado ahí fuera si no te despiertas, incluso para la actual Maestre del Gremio de los Cronomantes, aunque Ana tiene una serie de estimaciones realizadas.
Algún día, simplemente perdió la capacidad de despertar. Recuerda difusamente haber estado corriendo por la muralla y, después de eso, un gran salto al vacío y mucho, mucho, mucho tiempo de sentirse perdida en sus recuerdos. Después de lo que pareció una eternidad, se hartó. Recordó las historias que había oído sobre el Método de la Llave y, mientras su consciencia flotaba entre nubes de memorias inconexas, cobró lucidez. Entonces todo se aclaró, su mente se ensambló de nuevo y comenzó a soñar lúcido. Había llegado a P.D., la capital de Oniria.
Ana sacude la cabeza, alejando esos recuerdos casi infantiles. A pesar de ello, ha perdido el hilo de lo que estaba traduciendo. Aunque no despierte, necesita descansar. Apaga la linterna y se dirige a la escalera. Durante su camino se cruza con funcionarios de la Triple Estrella que van de una sala a otra cargados de archivadores. Normalmente baja al gran balcón del piso ochenta y dos y, desde allí, sobrevuela la ciudad hasta la azotea del edificio de la sede del gremio.
Esta noche, sin embargo, al llegar al balcón es interceptada por su contramaestre. Lord Bermúdez es un genio de la cronomancia y sería el Maestre del Gremio si no existiese una anomalía como ella. Los Cronomantes tienen una marcada política de respeto meritocrático. Cuando falleció el anterior líder, Bermúdez se hizo elegantemente a un lado para darle paso, a pesar de que era mucho más joven e inexperta en cuestiones administrativas. Sin embargo, ya era un referente en el gremio. La conocían como el «calendario andante», y era la persona más consultada cuando se necesitaba saber una fecha o un dato histórico. No solo del Gremio de los Cronomantes sino del resto de gremios de la capital. Incluso el propio Tiberio, temido y respetado, que gobierna con mano de hierro la megalópolis, ha solicitado su consejo en un par de ocasiones. También le ha prohibido el acceso a la Sala de la Memoria.
Bermúdez la espera con gesto inescrutable. Su perilla morena oculta las comisuras de sus labios.
– Ha llegado un emisario Tilanyin. Quieren conocerla en persona y la invitan a Cuenco Único, junto con tres personas de su confianza.
Ana María no esconde un gesto de sorpresa y alegría. Se pueden contar con los dedos los onironautas que han tenido el privilegio de visitar la ciudad natal de los teinitas. Los Tilanyin habitan Oniria desde hace mucho más tiempo que los humanos. Son los sueños de las plantas de la Tierra. Específicamente, los sueños de las plantas de té. Por supuesto, Cuenco Único era el nombre que los humanos habían dado a la ciudad Tilanyin, ya que en su propio idioma el nombre sería algo como «el centro».
Ana María, Lord Bermúdez, y dos cronomantes de confianza, Juliana y Claudio, preparan esa misma noche su salida y se dejan guiar por el emisario Tilanyin. Cuenco Único es una ciudad situada en la misma Esfera que P.D., pero ningún humano ha conseguido llegar hasta ella por su cuenta, por eso se dice que su ubicación es secreta. Viajan a pie, pero cada paso cubre decenas de metros gracias a la magia onírica del guía. «¡Es como si calzásemos las botas de siete leguas!», exclama a su espalda Claudio. La comitiva camina durante seis horas, treinta y tres minutos y nueve segundos exactos. El amanecer de un nuevo día les otorga un espectáculo de colores dorados y violetas, los mismos colores de las túnicas que visten los Cronomantes. Durante la travesía cruzan dos ríos, un desierto, una montaña y una selva. Por fin, ante ellos se muestra una depresión con pequeñas casas de paja. Un pequeño pueblo con urbanismo radial que realmente parece un cuenco en mitad de una meseta. Alrededor, todos los campos están sembrados de té. Habiendo tantas plantaciones que se pierden en el horizonte.
Los viajeros son recibidos sin aspavientos ni ceremonias, pero con hospitalidad y sonrisas. Los habitantes presentan una miríada de tonalidades de verde en sus pieles, desde el aceituna oscuro hasta el verde pálido. Además, muchos de ellos presentan callosidades leñosas en sus extremidades y en sus cabezas. Visten ropas sencillas hechas de algodón. Es fácil determinar la vejez en función de lo amaderado de sus cuerpos, aunque es imposible saber su edad solo con mirarlos. Ana es, de alguna forma, como ellos. Todos pasan todo su tiempo consciente en Oniria.
Los cronomantes son dirigidos a la cabaña del «Viejo Pu Erh». Al entrar, un profundo olor a bosque y humedad les despierta recuerdos que no sabían que tenían. Recuerdos de la primera vez que estuvieron en la salvaje naturaleza. Sin embargo, el anciano que allí se encuentra sentado sobre un cojín, rebosa paz y tranquilidad. Su pequeño cuerpo parece a punto de quebrarse. Sus barbas que parecen musgo se desparraman casi hasta el suelo y su piel marrón es casi indistinguible de la corteza de un árbol. Tras él hay colgado un sombrero con forma cónica como los que usan los agricultores orientales. A su lado, hay un bastón tan corto que parece de un niño. Ana y sus compañeros se sientan en el suelo también en cojines, y saludan cortésmente al Viejo Pu Erh – y a los otros teinitas que allí se encuentran -, en nombre del Gremio de los Cronomantes y de la Humanidad.
– Estimados amigos -dice el anciano con una voz suave como la seda después de las presentaciones y las formalidades. – Nuestro pueblo se enfrenta a un problema que no es capaz de resolver. Un problema relacionado con el Tiempo mismo. La mosca del té es un insecto con el que tenemos una relación casi simbiótica. Su mordedura fortalece a las plantas, pero si vienen en exceso acaban con ellas. La mosca acude todas las temporadas, y cada temporada su número se incrementa, siguiendo un ciclo de 22 años. Al vigésimo tercer año, su número decrece hasta el mínimo. Por lo tanto, nuestra peor cosecha es cada 22 años y al año siguiente es la mejor. Nosotros nos alimentamos del té que cultivamos aquí, aunque no es que necesitemos cortar las plantas para ello…
– Abuelo, céntrese -dice una tilanyin joven sentada a su derecha, mirando al suelo.
– Sí, sí. Bien, el problema está en que nuestros científicos han detectado que el número de moscas no decrece hasta el punto en el que estaba hacía 22 años, sino un poco menos.
– Comprendo -dice Bermúdez-. Esa progresión hará que en cierto momento en el futuro, incluso en el momento más bajo del ciclo, la cantidad de moscas sea demasiado grande.
– Así es. Hemos utilizado todos nuestros recursos para tratar de hacer disminuir la población de moscas, pero al ser un ciclo natural de una magnitud tan grande, no hemos conseguido alterar ni un ápice su naturaleza. Tampoco podemos reforzar los cultivos para que la resistan, ya que alteraríamos la relación simbiótica y arriesgaríamos echarlos a perder. Es, verdaderamente, una cuestión de tiempo hasta que no quede ni una sola planta.
– Estimado señor Pu Erh – pregunta calmadamente Ana María-. ¿Cuánto hace que estudian los ciclos de la mosca del té sus científicos?
– Tenemos registros de actividad desde que comenzamos a sospechar hace 10 ciclos, esto es, 220 años.
– Ya comprendo por qué nos ha llamado. Otra pregunta. ¿Cuál es la edad de la planta más antigua?
– Se dice que los árboles que rodean la aldea tienen más de tres mi años.
– ¿Existe la posibilidad que alguno de esos árboles sea el sueño de un árbol del mundo real?
– Ya me habían avisado de que los humanos habláis de un mundo en el que se encuentran nuestros cuerpos verdaderos y que estos son solo una proyección… Para nosotros, esto no es exactamente así… Veamos. Sí, es posible que alguno de esos árboles sea un tilanyin no despertado, como les llamamos nosotros. Pero hay la misma probabilidad de que sea solamente un árbol del té que ha crecido aquí en Oniria. Yo soy el tilanyin más anciano despertado, y tengo cuatrocientos noventa y tres años. ¿Era esa tu siguiente pregunta?
– Así es – sonríe Ana.
A continuación, los cuatro cronomantes comienzan a hablar entre ellos. Todo el grupo está sentado en círculo alrededor de una mesa redonda, donde una joven tilanyin va sirviendo té a demanda. Después de un debate muy técnico, en el que siguen más preguntas contestadas por los presentes, Ana vuelve a tomar la palabra.
– Solo caben tres posibilidades.
«Primera: El crecimiento de la mosca del té es progresivo e ilimitado. En este caso, no hay nada que podamos hacer para ayudar. Segunda: El crecimiento tiene un límite y llegará un momento en el que se cope y se detenga. El problema de este supuesto es que no podemos simplemente esperar ilusoriamente a que eso suceda. Pero sí podríamos tratar de hacer experimentos para generar simulaciones que arrojen más información sobre el futuro. Tercera: El crecimiento de la mosca es parte de un ciclo mayor al de 22 años en el que experimenta aumento y disminución. Este sería un comportamiento natural, pero necesitamos encontrar y demostrar el patrón de tiempo con la ayuda de los más ancianos.»
Los presentes callan durante un momento, meditando las tres opciones.
Al poco tiempo, los cronomantes reparten tareas y los teinitas les ofrecen una cabaña preparada para ellos. Lord Bermúdez, Juliana y Claudio se despiden de Ana, despertando y dejando una pequeña nube de partículas escarlata tras de sí. Ana se queda sola en la cabaña tilanyin, pero durante poco tiempo. Aunque está cansada, decide salir a caminar por Cuenco Único. Sus pasos la llevan hasta la arboleda en el exterior de la aldea, donde una fila de inmensos árboles se yerguen. Acaricia sus cortezas y mira sus altas ramas, pensando si habrá alguna forma de extraer los recuerdos de aquellos seres milenarios.