May Hawaii y los Cazasueños
El Zigurat
El pórtico del zigurat era lo bastante grande como para que pasasen dos carros uno al lado del otro, como si fuese la puerta grande de la muralla de una ciudad antigua. Tres grandes pasarelas habían ascendido decenas de metros hasta ese pórtico, pero el paso del tiempo o los caprichos del sueño las habían enterrado casi por completo. Solo la pasarela frontal tenía escalones. Por encima del pórtico, una enorme mole de piedra rojo escarlata se erguía imponente sobre el grupo de supervivientes. Las jambas de la puerta, así como los propios escalones y las paredes visibles, estaban talladas con dibujos parecidos a los jeroglíficos. La piedra era porosa, y mucha vegetación y pequeños insectos hacían vida en sus recovecos.
May observó al grupo. Uno de los pescadores atendía la herida del pelirrojo. De los otros dos, la mujer tenía una mueca de dolor. Se había torcido un tobillo. El último parecía estar bien, pero resoplaba y sudaba aún del susto y de la carrera. No eran novatos. Un novato se habría despertado. Estos eran onironautas con un fuerte deseo por explorar Oniria.
Alrededor, la jungla estaba muy calmada. Todos los ruidos habían cesado. El silencio no era tranquilizador en absoluto, sino antinatural. Los naga habían detenido su persecución cuando vieron el zigurat. Estaban a la vista, pero no habían entrado en el claro frente al edificio. May marcó un número de teléfono.
-¡May! -dijo Minerva.
-¿Nos ves?
-Sí ¿Qué ha pasado?
-Persecución kabu. El Aegis está fallando.
-¡Qué me dices!
-Necesito que informes al cabildo.
-¡Claro! ¡Déjalo en mis manos! ¿Os envío un grupo de rescate?
May miró al grupo. Todos estaban pendientes de su conversación.
-Creo que no será necesario
-May colgó y, mirando al grupo, dijo -. Bien, la situación es la siguiente. Estamos aislados de Sotopeña y el Aegis está fallando, por lo que nada nos garantiza que no estemos ya en una pesadilla. Lo más lógico sería despertar ahora y volver a entrar vía Palacio de los Deseos para unirse a una expedición de la Triple Estrella o simplemente dedicarse a otros asuntos hasta que se repare el escudo. Pero algo me dice que no sois de esos, ¿verdad? – Los del gremio sonrieron y se miraron entre sí. El que había curado el hombro del pelirrojo ahora estaba con el tobillo de la mujer, que ya tenía mejor cara-. Marcus Blake, a quien me imagino que conocéis, entró en este zigurat hace unos ciclos. No ha salido desde entonces. No os puedo decir qué buscaba porque ni siquiera me lo dijo a mí. Sin embargo, algo me dice que su desaparición y el fallo del sistema Aegis están relacionados. Y el centro del enigma es este zigurat -un brillo pasó por los ojos de los buscadores. Era la sed de recompensas que caracterizaba al gremio. Encontrar a una leyenda como Blake y contribuir a reparar el Aegis sin duda era un buen negocio. May miró al pelirrojo -. Tú debes decidir si quieres esperar aquí o adentrarte en la pirámide con nosotros.
-Voy con vosotros -dijo sin dudarlo el barquero, mirándola con una confianza que hizo que algo dentro de May centellease.
May había omitido mencionar que el pelirrojo era medio kabu. Muy pocos onironautas sabían distinguir entre efectos cosméticos creados con aerena y los rasgos naturales de los kabus. Los ojos del chico eran, sin lugar a dudas, los de un nativo de Oniria. Pero el flujo de aerena de su cuerpo era humano. Los Rondadores debían estar al tanto de ello, aunque era la primera vez que May veía a uno, y hasta ahora no creía mucho en su existencia. No se hubiese percatado de no ser por la situación extrema que habían vivido hacía unos momentos.
Los pasillos del zigurat eran estrechos y altos. Seguían teniendo esculpidos dibujos y caligrafía de un estilo clásico pero indescifrable para el ojo no entrenado. Entre los glifos, se podían distinguir figuras de criaturas mitológicas y extrañas. Algunos de ellos parecían monstruos sacados de algún cuento. También había figuras humanoides, con cabezas animales como en los jeroglíficos egipcios o aparentemente humanas. Como May era la única que llevaba una linterna apropiada, abría la marcha. Habían dejado atrás el gran salón al que daba el pórtico y se habían adentrado por uno de los pasillos laterales. Iban en fila de a uno. Cerraba la marcha el pelirrojo, un poco más separado de los demás, casi envuelto en sombras.
-Quiero llegar a la cámara principal. Este zigurat no se parece en nada a los de Vigilia, ni tampoco a las pirámides conocidas. Normalmente, este tipo de construcciones están dedicadas a oficios religiosos o administrativos, pero aquí es como si hubiese habitado toda una tribu.
Después de bajar y subir varios tramos de escaleras, en un estado relativamente bien conservado, llegaron hasta una sala espaciosa. El aire estaba muy cargado. Algunas lianas habían conseguido entrar hasta aquí, a pesar de la falta de luz. El silencio era absoluto, interrumpido solo por las pisadas y las respiraciones del grupo. Todo en el interior del salón estaba hecho de la misma piedra roja. Mesas, grandes urnas, bancos… Era un salón que parecía haber podido albergar a unas treinta personas cómodamente. Varias puertas cerradas de pesadas piedras impedían ir más allá, aunque había un tramo de escaleras descendentes junto al lugar por el que habían entrado. Allí descansaron.
-¿Tienes alguna pista? – preguntó Rómulo, el buscador que había estado curando al grupo.
-Esta fue la sala en la que más tiempo pasamos Marcus y yo la última vez. Conseguimos abrir dos de las tres puertas, la de la izquierda y la central. Pero la lateral derecha sigue cerrada. Esperaba que Marcus hubiese encontrado la forma de abrirla.
May iba iluminando las puertas conforme hablaba. Al llegar a la tercera, pudo ver algo curioso. Cada puerta tenía a su lado unos engranajes primitivos de piedra. Mediante un mecanismo, era posible abrirla o cerrarla. El mecanismo se encontraba a ambos lados de la puerta, actuando como una especie de interruptor. El mecanismo de la puerta de la derecha tenía un engranaje partido en dos, y en el suelo había una hachuela.
-Esto es nuevo -dijo May-. Esta hachuela es de Marcus.
-¿Por qué la abandonaría? -preguntó Barreto, la mujer del grupo de pescadores.
May apuntó al suelo con la linterna. En el polvo había huellas que iban y venían de la puerta. Podrían ser las huellas que Marcus y ella dejaron.
-Aquí hay sangre -dijo Ember, el pelirrojo.
May apuntó con la linterna. Las huellas llegaban hasta unos metros en el interior de la sala, donde había restos de sangre seca. El grupo se reunió alrededor.
-¿Podría ser de Marcus? – preguntó John, el más lento de los pescadores.
May pasó la luz varias veces desde el suelo hasta los engranajes de la puerta, e hizo el gesto de lanzar el hacha.
-Creo que algo sorprendió a Marcus aquí, hiriéndole. Quizás una flecha. Es posible que hubiese conseguido abrir la puerta, pero tuvo que volver a cerrarla rompiendo el engranaje a distancia.
-La sangre deja un rastro en dirección a las escaleras bajantes. Quizás si lo seguimos encontremos a Marcus.
Entonces se escuchó un sonido al otro lado de la puerta cerrada. Era algo parecido a un ronquido, o un gorjeo. Como si una criatura o una persona estuviese acechando al otro lado de la puerta de piedra. La oscuridad pareció volverse más densa. John palideció, como si el sonido le hubiese sacado la sangre del cuerpo, y se sentó en el suelo.
-¿Qué ocurre?
-Lo siento… no es que tenga miedo. Es que me está costando desde hace rato mantener la lucidez. Creo que voy a despertar dentro de poco.
Estaban en una carrera contra el tiempo y la voluntad. Por muy entrenado que estuviera un onironauta, nadie podía dormir para siempre. El plazo para John estaba a punto de expirar. Se despertaría en algún lugar seguro y cuando volviese a dormir utilizando el Método de la Llave, sería enviado a Palacio de los Deseos, donde tendría que volver a emprender el viaje hasta Sotopeña. Seguramente los pescadores ya llevaban más de diez horas de Vigilia durmiendo. Barreto le puso la mano en el hombro.
-No te preocupes, te contaremos la mejor parte con una cerveza.
-Cabrona… -respondió John negando con la cabeza y sonriendo.
-¡Nos vemos en P.D.! -dijo Rómulo.
John suspiró y miró al techo. Su cuerpo comenzó a desdibujarse y se convirtió en partículas de aerena libres, que flotaron como millones de minúsculas luciérnagas rojas.