May Hawaii y los Cazasueños

Salón Gremio Buscadores

La Desaparición de Marcus Blake

May Hawaii siempre soñó con ser como Indiana Jones. Desde que descubrió el Método de la Llave se lanzó a explorar Oniria con ojos de aventurera. Poco a poco fue aprendiendo que el oro y el dinero no valen nada en el mundo de los sueños. Es la aerena, el material del que están hechos los sueños, lo que todo el mundo quiere. Y esa aerena, cuando está comprimida y sellada, es capaz de crear reliquias de un valor legendario. En salón principal del Gremio de los Buscadores hay un tablón donde están listadas las diez reliquias más buscados de Oniria. May apuntaba a la más buscada de todas: El Tridente Patrono.


Como todas las noches, al dormir, después de un duro día en los campos de refugiados de Madrid, May se sumergió en sus más ardientes deseos. Gracias a su mente entrenada, cobró lucidez rápidamente en cuanto entró en fase MOR y “aterrizó” en Palacio de los Deseos, la capital de la esfera humana dentro de Oniria. Cuando abrió los ojos dentro del sueño colectivo, se encontraba en el recibidor del Gremio de los Buscadores. El amplio salón de estilo colonial estaba prácticamente vacío. En un lateral había una larga barra que parecía la recepción de un hotel, donde la administración gestionaba los ruegos y preguntas de los asociados, pero hoy solo había una chica bostezando. El tablón de anuncios donde se colgaban las peticiones y se actualizaban las listas estaba desierto, y en la sala resonaban las pisadas aceleradas de alguien que se acercaba a May. Se trataba de Pérez, una de sus asociadas. Una joven diminuta con grandes gafas. Se la veía visiblemente agobiada.


-No va a venir.


Se refería a Marcus Blake, el experimentado arqueólogo, también fan de Indiana Jones, con el que May había acabado asociándose después de un período de rivalidad inicial. May y Marcus habían puesto de moda la indumentaria de la chaqueta de cuero gastada y el sombrero en el gremio. Después de varias misiones exitosas recuperando reliquias menores, otros exploradores habían comenzado a imitarles, de forma que ahora eran bastantes los que vestían como el famoso personaje de ficción.


Minerva Pérez, sin embargo, era todo lo contrario. No le gustaba llamar la atención y vestía “como una oficinista” según sus compañeros. Una camisa blanca de manga larga abotonada hasta el cuello y unos pantalones de pinza gris oscuro. Pero a ese atuendo tan formal para una onironauta, le servía de contraste el hecho de que Pérez siempre cargaba con una serie de dispositivos tecnológicos muy avanzados. Sus gafas tenían cámaras y auriculares. Llevaba dos relojes inteligentes de pulsera en la misma muñeca con dos sistemas operativos diferentes, y solía cargar con una tablet de la que se podía sacar un teclado desplegable. Se había unido a “los Jones” por la fuerza de la costumbre. Recién aterrizada cada noche en la sede del gremio, lo primero que hacía era ir a la cafetería a leer las noticias en el Oniria Times. Un desayuno en el mundo de los sueños, a veces, era todo lo que se necesitaba para que mereciese la pena soñar lúcido. Era como desayunar en un hotel de lujo, pero sin engordar. Allí siempre se encontraba a Hawaii y Blake discutiendo sobre cualquier cosa. A veces era un mapa, otras veces un objeto, otras veces una traducción. Parecía como si no se soportasen porque nunca estaban de acuerdo en nada. Eran tan molestos que no la dejaban concentrarse, así que acababa acercándose a la mesa para ofrecer datos que les ayudasen a dirimir sus diferencias. No solía conseguirlo, pero con el tiempo, los Jones le ofrecieron una participación en su sociedad, reconociendo que muchos de esos desayunos culminaban en una exploración exitosa gracias a su aporte de información. Desde entonces, el trío se autodenominó “Los Cazasueños”, y poco a poco fueron consiguiendo prestigio dentro del gremio.


Pero los Cazasueños no era un grupo perfectamente cohesionado, sino más bien una forma de contrastar y poner en común ideas. Aunque la caza de los grandes tesoros requería colaboración, los tres miembros mantenían su independencia y hacían sus cacerías personales cuando no tenían pistas para ir a por una reliquia.


Sin ir más lejos, el último descubrimiento de Blake le había llevado hasta un zigurat medio enterrado en Sombraverde, una jungla en la que la penumbra tenía un característico color esmeralda, generando un ambiente absolutamente irreal.


-No contéis conmigo para el próximo septiclo -había dicho Blake interrumpiendo los planes de organización de Hawaii y Pérez-. Me voy al zigurat de Sombraverde.

-¿Qué? ¡Venga ya! -habían dicho las dos al unísono-. ¡Llevamos preparando la incursión a Purāna Sikhara una luna! -remató May.

-No os pongáis así. Podemos ir a la caldera más adelante, esto es prioritario.

-No hay ninguna noticia reciente relacionada con Sombraverde -dijo Pérez mientras miraba uno de sus relojes- ¿Se puede saber qué estás tramando? La pista del Tridente apunta a la Caldera de Purāna Sikhara. -Esto último lo dijo en voz muy baja para que no les oyesen los camareros de la cafetería.

-No os lo puedo decir, es una corazonada.

-Evidentemente que lo es, ya que no tienes ninguna información nueva. -¿Qué esperas encontrar allí? -preguntó May-. La última vez que estuvimos copiamos todos los jeroglíficos nirmāna ¿Acaso vas a picar aerena sellada? -dijo con tono de burla.


La conversación había tenido lugar hacía ocho ciclos, y no había habido forma de sacarle a Blake una pista sobre sus intenciones. Pero Hawaii le conocía bien y sabía que no había que subestimar las corazonadas del experimentado arqueólogo. Después de que se hubo marchado, cuando Hawaii volvió a su habitación en el Gremio, Blake le había dejado una nota por debajo de la puerta.


-Tenemos que ir a por él -dijo May-. Llama a Valdés y Don Gregorio. Nos vemos en Sotopeña en el siguiente ciclo.

-¿Qué vas a hacer tú?

-Salgo ya. Tengo un mal presentimiento. Os espero allí.


May se apresuró escaleras arriba. Como miembro destacado del Gremio de Buscadores, disponía de una habitación propia donde guardar sus cosas. Allí se calzó las botas. Se puso su chaqueta de cuero. Cargó su Smith & Wesson. Se colgó el látigo del cinto, al otro lado del revólver. Se recogió el pelo y se caló el sombrero. Además, en una pequeña mochila echó algunas barritas energéticas, una toalla, una cuerda, una linterna, un par de mudas, una cantimplora, una taza, el cepillo de dientes, un tubito de pasta dentífrica, un cortauñas y una lima. La navaja suiza la llevaba siempre en un bolsillo. En el otro, el teléfono móvil. En los bolsillos interiores de la chaqueta llevaba la cartera y su pequeña libreta con un lápiz. La abrió para sacar la nota que Marcus le había dejado.


“Si no he regresado en un septiclo, no vengáis a buscarme”.


“Como si fuese a hacer lo que quieres”, pensó May mientras desplegaba un mapa de la región. En el centro, estaba Palacio de los Deseos, la capital de la Esfera. La cartografía onírica es muy diferente a la de vigilia, pues no se puede establecer dónde está el norte. El punto de referencia es la gran luna que siempre está fija en el mismo punto en el horizonte. Por mucho que camines, nunca la verás entera, da igual que des la vuelta a la Esfera. Desafiaba completamente las leyes de la física, pero servía como punto de referencia. Aunque a la vez era tan confuso que hacía el viaje especialmente difícil. La gran luna aparecía referenciada en la parte superior del mapa. May ya había estado en el pueblo de Sotopeña, por lo que solo necesitaba refrescar la memoria para calcular el salto.


Se puso la mochila y, respirando hondo para calmarse, se sentó en el cojín que tenía en su sala de meditación. Estaba situado en el centro de una hermosa alfombra circular. Cerró los ojos y se dispuso a emprender el más extraño de los viajes.