Desde que conocí el concepto de sueño lúcido, hace unos veinte años, he tratado de tener todos los que he podido. Devoré libros de Jung, Freud y Adler, investigué las páginas de internet sobre el tema, como el Club de los Onironautas, y busqué estudios científicos. La mayoría era misticismo. El único paper serio era no concluyente. No se puede demostrar científicamente la existencia del sueño lúcido. Al menos por ahora. Solo podemos creer a los que dicen que lo han tenido. Incluso reputados psicólogos y neurocientíficos ponen -o ponían, hace un par de décadas- en duda su existencia.
Ahora que llego a los cuarenta, me doy cuenta de hasta qué punto han influído en mi vida. He llenado «diarios de sueños» con lo que recordaba cada noche, analizando y apuntando todo. He practicado meditación de varios tipos y, por supuesto, he «evangelizado» a todo el que he podido sobre el tema.
Más allá de lo fácil o difícil de conseguir lucidez y del sueño lúcido en sí, lo interesante, lo inspiracional, es cómo analizando los sueños analizamos nuestra propia psique. Las personas más relevantes para nosotros, los problemas que nos preocupan, los lugares que nos anclan… todo eso aparece, día a día, en nuestros sueños. Solo tenemos que escribirlos para comenzar a conocernos mejor.
He tenido sueños lúcidos sin utilizar ningún método. No me gustan porque si controlo yo el sueño, pierdo el elemento de sorpresa de los sueños en los que pasan cosas raras.